Para nadie es un secreto que como un cáncer el mundo del narcotráfico fue abriendo sus tentáculos a toda la sociedad paisa y colombiana desde los años 80. En su momento, famosas discotecas y bares se hicieron célebres porque allí se daban noches llenas de excesos, con drogas, animales de paso fino, las más fulgurantes estrellas, rumbas que no terminaban y más de una balacera.
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Y en ese manto cayeron famosos grupos y artistas, los más famosos del mundo, que han permanecido muy calladitos de sus contactos con los narcos de entonces, y cayeron reinas de belleza y famosas modelos, las más hermosas y afamadas del momento, con sórdidas historias detrás sus rostros de ángeles.
Y es que, desde entonces, ese matrimonio entre el mundo del espectáculo y el narcotráfico no ha sido para nada ajeno, ha sido una de las maneras más fáciles de lavar dinero frente a los ojos de las autoridades y la sociedad.
Luego fue la moda de patrocinar artistas. Se cuenta la historia de una figura de la música popular venida del viejo Caldas, que sin mucho talento logró posicionarse nacionalmente gracias a un “fan enamorado” que le “invirtió” más de mil millones de pesos a su carrera.
Y lo de hoy, aunque más disimulado, continúa. De pronto vemos la moda de famosos restaurantes de temporada, que uno no se imagina cómo sostiene ese montaje y que extrañamente al tiempo migran a otro, y a otro concepto. Lo mismo pasa con bares y discotecas, ante los ojos de todos sin mayor suspicacia al ver sus mesas vacías, sus precios por las nubes y unas cartas llenas de sofisticación.
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Y ni qué decir del mundo de los conciertos, que en este siglo les ha permitido la llegada a artistas de alto valor a discotecas y aforos cerrados, en donde claramente los números no dan. El público ha tenido el privilegio de ver a las más grandes figuras del mundo en Medellín, pero algunas de esas estrellas son pagadas con dineros non sanctos, amparados en sociedades, en testaferros o en la modalidad de pagar parte de los honorarios afuera, en efectivo, para que no queden registros en Colombia… y qué siga la música.
Y así, aparecen y desaparecen empresarios con eventos super atractivos y carísimos que no se sabe cómo lograron montar su tinglado. Por supuesto, también hay personas en este mundo que han hecho su tarea durante años, que tienen un nombre y un reconocimiento nacional e internacional, y que gracias a su gestión artística y cultural logran unos hitos para nuestro país.
Por otro lado, la inversión en el mundo del espectáculo no es barata. Se requieren permanentes actualizaciones en equipos, pues una sola consola de sonido puede valer más de 500 millones de pesos; una luz robótica, 12 a 15 millones de pesos; y un espectáculo requiere 40 a 50 de ellos, sin contar con otro montón de elementos que conlleva la actividad, como los equipos de sonido y microfonería. Esta puede ser una de las industrias más caras y con una tasa de retorno que no es la más rápida, pues grandes conciertos no se dan todos los días y, a pesar de todo, en el país, prácticamente se puede encontrar cualquier equipo que requiera Bad Bunny o Madonna para sus conciertos.
En Colombia, el mundo del espectáculo nada en la plata, de la buena y de la otra. No se trata de estigmatizar una actividad económica: se trata de abrir los ojos a una realidad que nos toca por todo lado, incluso por la cara bella del mundo del espectáculo… Y qué siga la fiesta.
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