La especie humana ha construido sociedades bastante complejas. De unos pocos individuos que quién sabe cuántas veces se salvaron de la extinción en la sabana africana, pasamos a ciudades de ¡más de treinta millones de habitantes! Por lo menos en las que funcionan bien, todos los meses, a todos los habitantes, les llega agua a sus casas, les recogen la basura, les limpian las calles, les llega electricidad y gas (y las cuentas). Tienen acceso a transporte público, a bibliotecas, a colegios y universidades, a parques, a comercio, a bares y a restaurantes. Hay policía, hospitales, notarios, jueces y leyes. Hay semáforos para los carros, para los peatones y para los ciclistas. Hay cámaras de seguridad y cámaras de fotomulta. Hay aparatos que miden la contaminación, la temperatura, la humedad y las lluvias.
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Mucho de esto lo damos por hecho. Muchos (¿la mayoría?) no saben de dónde viene el agua que toman, la carne o la verdura que comen, la electricidad que prende su televisor o el motor de su nevera, y la molécula de gas que les permite cocinar. Tampoco saben a dónde va el agua sucia que descargan de sus sanitarios o la basura que echan en la bolsita de plástico y tiran por el shut o dejan en la esquinita del barrio. Todo aparece o desaparece como por arte de magia. Nos ha tocado especializarnos y dividirnos el trabajo para llegar al punto en el que estamos. Tanto, que nos hemos alejado de algo tan básico como procurar la comida y la energía o deshacernos de nuestros residuos. Esto no es necesariamente malo. Lo que quiero discutir es el hecho de que perdimos el sentido de la responsabilidad de los impactos de hacerlo (sobre todo si se hace mal).
En particular, siento que hemos descargado toda la responsabilidad en otros y se nos ha olvidado que en realidad es compartida. Un ejemplo muy claro para mí es el tema de la separación de los residuos. Yo no sé si sabían, pero en este momento los residuos de nuestra ciudad deben viajar alrededor de sesenta kilómetros para ser depositados en un gran hueco llamado La Pradera, ubicado en el municipio de Don Matías (esto sin contar los recorridos de los camiones dentro de la ciudad). También llega allí la basura de otros cuarenta municipios. Consultando un poco, encontré que un camión recolector puede consumir hasta nueve galones de gasolina haciendo ese recorrido (aunque muchos funcionan con gas natural actualmente, este sigue siendo un combustible fósil que también levanta muchas preocupaciones por el impacto que tiene durante su extracción y distribución). Cada camión puede ir (y venir) hasta dos veces cada día. Al relleno llegan trescientos en promedio (me imagino que se cuentan dos veces los camiones que regresan en el día). El impacto no es solo por el consumo de combustible, sino también por el ruido que hacen, el aceite que consumen, el caucho y otros contaminantes minúsculos que descargan al ambiente y los olores que dejan a su paso.
Al relleno de La Pradera llegan entre tres mil y cinco mil toneladas de residuos diariamente. Esto es equivalente a alrededor de seis mil doscientos novillos gordos, mil cien hipopótamos adultos o veinte ballenas azules (el animal más grande que jamás ha existido). Esta cantidad ha aumentado el 30 % desde 2019 y continúa con esa tendencia. ¿Y saben cuánto de eso es agua? Hasta el 60 % en algunos municipios. Es decir, estamos transportando agua, sesenta kilómetros (o más), en camiones, hasta un hueco, para que se pudra, contamine y le haga difícil la vida a los vecinos del municipio. ¿Agua? Sí: comida, residuos orgánicos. Todo eso tiene el potencial, bien manejado, de convertirse en tierra, en nutrientes para las plantas. Incluso, mucho tiene el potencial de convertirse en energía útil para nuestro beneficio, por ejemplo, en gas para alimentar la flota de buses de Metroplús. La mayoría son de fácil manejo (yo, por ejemplo, me encargo de todos mis residuos vegetales en el pequeño balcón que tengo en mi apartamento. Otro columnista de este periódico es famoso por sus pacas digestoras, las cuales aguantan con cárnicos y lácteos).
No sé qué porcentaje de la fracción restante es reparable, reusable, recuperable o reciclable. Sé que en algunos lugares hasta un 30 % puede ser desviado gracias al trabajo de los valientes y subapreciados recicladores. Escucho constantemente a la gente decir que no separa “porque los del camión vuelven y lo juntan todo”. Primero que todo, la separación es su responsabilidad. El trabajo de los recolectores no es separar, es recoger. Segundo, incluso si lo fuera, uno debe hacer su parte, independientemente de si otros hacen la suya o no.
Ya llegarán medidas más estrictas y controles más eficaces. En ese sentido, también les digo: mejor ir entrenando ahora que somos permisivos. El momento de arreglar el techo es cuando no está lloviendo.