Hace 100 años, a principios del siglo pasado, la música andina colombiana fue un estandarte cultural en Colombia y el continente, gracias a una serie de pioneros que sin más que un tiple, una bandola y una guitarra, emprendieron viajes hacia el norte, sur y centro de América dando a conocer los bambucos, los pasillos, las guabinas y a una serie de autores y compositores que le dieron lustre a esa música que tan bien reflejó el romanticismo de la época.
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Luego vinieron los años de la producción discográfica en el país, y esta música siguió campeando contra los vallenatos con guitarra y la música bailable que comenzaba a entrar con fuerza hasta que finalmente tuvo su bajón y decaimiento en la popularidad hasta ser una música que vive en los festivales organizados en diferentes municipios y en uno que otro programa especializado de una emisora cultural.
A pesar de que cada nuevo grupo tranquilamente ya tiene su disco debajo del brazo, las oportunidades de difusión son cada vez más escasas, el público que la escucha no se ha renovado y la calidad, especialmente en lo instrumental, la ha convertido en música de cámara, selecta y refinada, para que sea interpretada por jóvenes de conservatorio, lejos de las cantinas y los balcones donde se oía en serenata.
Pues sí, la música andina colombiana está de capa caída: los festivales ya no representan la novedad que eran hace 20 o 30 años, muchas veces se crean grupos sólo para ganar el dinero del concurso y ya, sin ningún afán de trascendencia, y las canciones inéditas ganadoras, las nuevas páginas de nuestra música del interior, no suenan más allá de la edición de turno.
Esta es una música linda y sobre diagnosticada, cuyos males ya se conocen y van, principalmente, en la vía de la difusión y de tener espacios para que se conozca. En los colegios ya no se cantan bambucos, y las playlist de una reunión pasan más fácil por el reguetón, el pop o el tropipop. La masa de la gente no conoce ni las canciones ni los intérpretes nuevos ni viejos y poco a poco esta se va convirtiendo en una música de museo apreciada por unos pocos nostálgicos.
Qué pesar que en el mejor momento que vive esta música en cuanto a las facilidades de producción, de calidad de los intérpretes y de posibilidades de masificación a través de las plataformas, también sea la época en la que menos puertas se le abren y donde menos se han encargado de promoverla todos los involucrados.
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Ojalá que los quijotes que durante tantos años se han cargado la bandera de la música andina colombiana logren hacer la transición para llevarla a nuevos momentos, a nuevos sonidos, a nuevas fusiones, porque la música que no se renueva se queda en el tiempo.
Somos el país de la diversidad, y en esa diversidad la música del interior también debe ser protagonista de primer nivel, que no solo nos reconozcan por Carlos Vives, Maluma y Shakira. Que la música del llano también resalte, como la del Pacífico tiene su cuarto de hora, mismo que vivió la música de la costa Norte. Un bambuco a su salud.