Las grandes universidades del mundo aún no se han ocupado de decirnos en qué porcentaje la descomposición social y la violencia que vivimos se debe a lo que cantamos y escuchamos. Y es que mientras se levanta el gran movimiento reivindicando los derechos humanos, de las minorías, de las mujeres, canciones de diferentes géneros están incitando a la violencia de género y se repiten como mantras las proclamas sobre el maltrato y la violencia en diversas formas.
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Entonces, ¿a qué le estamos cantando?, ¿dónde está el gran movimiento feminista en contra del reguetón?, ¿dónde están las asociaciones de padres de familia prohibiendo que sus hijos escuchen rap, trap, música popular y otras yerbas?
Entonces nos volvimos permisivos y dejamos entrar a la casa, a los cuartos, a los oídos de personas sin la mayor capacidad de discernimiento, como los adolescentes y los niños, un montón de mensajes inadecuados y luego nos damos golpes de pecho por lo que vive la sociedad.
¿Cómo se lleva un desamor según la música popular? Con guaro, emborrachándose hasta la madre, yéndose a buscar una o muchas bocas para borrar los besos del pasado, siendo más promiscuo que el otro y, en todo caso, asumiendo todo desde el odio y la venganza. Mientras Shakira le ha sacado millones a su ruptura con Piqué, la gente es feliz pregonando que las mujeres ya no lloran, sino que facturan. Entonces, ¿qué estamos construyendo desde nuestros máximos referentes de la música? Y el análisis ni aguanta a un J Balvin, a Maluma o a cualquier otro reguetonero que los niños tienen como ejemplo a seguir con mensajes misóginos y que cosifican a la mujer.
En una sociedad tan llena de problemas, ¿dónde están los artistas comprometidos, como en su momento lo fue la música protesta en Argentina o Chile? Porque motivos sí que tenemos para cantarles a los desaparecidos, a la guerra, a la muerte, a la corrupción, al desmadre, pero es más lucrativo seguir echándole gasolina a la sexualización y el desamor; ese es el negocio, socio.
Ese es el desfase que tiene el “arte” con la situación actual del país. Mientras que un Botero, una Doris Salcedo se comprometen desde la plástica con el país y sus dolores, los otros, por llenarse los bolsillos o presos del yugo del algoritmo de las redes y las plataformas de música, que sanciona ciertas palabras, prefieren voltear la cara y seguir violentando a las mujeres… y ellas felices llenando estadios y gritando a rabiar cualquier canción de Bad Bunny.
Entonces somos una sociedad selectiva, que permite unas violencias y censura otras, que se indigna con un carro bomba, pero que no pasa nada con un reguetón en el que barren y trapean con una mujer.
Creo que ese diagnóstico del reguetón, rap y demás vertientes, así como la música popular aún está por hacerse; seguimos romantizando la violencia porque suena bueno y el ritmo es pegajoso, seguimos cantando y educando a los más jóvenes en cosas contrarias entre lo que es y el deber ser.