No entiendo muy bien todavía cuál es la obsesión con los jardines completamente controlados. Son desiertos verdes, como los llaman algunos, porque en realidad no albergan ni sostienen la vida.
Esta columna, seguramente, va a resultarles polémica a muchos. A mí, como académico, me gusta la polémica. Para eso son las ideas: para someterlas a revisión. Algunas no les gustan a muchos, pero eso no quiere decir que no merezcan ser consideradas. Y las ideas y las opiniones no se tienen que respetar, como erróneamente nos han enseñado. Dice Fernando Savater que hay «[…] una liviandad que se percibe en todos lados y que se define con la máxima de ‘todas las opiniones son respetables’. Esto es una tontería. Quienes son respetables son las personas, no las creencias. Las opiniones no son todas respetables. Si así hubiese sido, la humanidad no habría podido avanzar un solo paso».
Aclaro –como hay que hacerlo en esta realidad tan radical y polarizada– que mi intención no es discutir el tema político, el estilo de gestión, la ideología o el hecho de que la administración actual lo esté haciendo bien o mal. Yo quiero hablar del estado natural de las cosas, de la necesidad de «perder el control» a veces para beneficio de los sistemas naturales.
Resulta que uno de mis estudiantes de la Maestría en Procesos Urbanos y Ambientales, ofrecida por EAFIT, se interesó en los jardines urbanos. Se inspiró en un estudio en Singapur en el que la autora trata de recoger las percepciones que tienen los ciudadanos de los jardines «descuidados», es decir, que no demuestran el control absoluto por parte de las cuadrillas de jardineros que envían por la ciudad para eliminar «malezas» (una mujer muy inspiradora que conozco las llama «buenezas»). Busca la investigadora entender cómo se sienten las personas cuando ven jardines dominados por plantas de «crecimiento espontáneo», nativas, sin esa perfección y limpieza de los jardines podados, de las mangas planas, bajitas y de un verde uniforme sin dientes de león, zarzas, hojas cafés o espiguitas que denoten alguna pérdida de control sobre la naturaleza.
Yo veo que en Medellín esta ha sido uno de las quejas más comunes de la gente con la actual administración. Sería bueno entender qué tan sesgadas son las visiones de las cosas solo por el hecho de no estar de acuerdo con el gobierno. Me pregunto si importarían, aparte de la estética, los beneficios que podrían traer los jardines y separadores saludables desde un punto de vista ecológico. Saludables para los insectos y para las aves. Saludables para el suelo. Funcionales, como los llama otro amigo, gran defensor de las plantas nativas y los polinizadores.
No entiendo muy bien todavía cuál es la obsesión con los jardines completamente controlados. Campos de golf, mesas de billar. Desiertos verdes, los llaman algunos, porque en realidad no albergan ni sostienen la vida. Hace poco hice una casita en medio del monte (no de un bosque escandinavo de pinos). Logré que un vecino me sacara su ganado y crecieron todos los pastos (y llegó un pajarito que no conocía). La primera reacción de algunos conocidos fue «¿qué es ese rastrojero?». Y yo no puedo estar más feliz. No entiendo. Esperaré a que, al final del semestre, mi estudiante me ilumine con algunas respuestas.