En este 2023 se cumplen cien años del nacimiento de Dora Ramírez. Recordamos a la artista sincera y sensible, que supo atravesar el horizonte.
Dos palabras vienen a la mente cuando se piensa en Dora Ramírez, libertad y pasión. Las dos pueden definir muy bien a la mujer que supo abrir caminos, que miró de frente sin miedo.
Con su vocación de artista, ese sueño primero permaneció durante toda su vida, en medio de la crianza de sus hijos, en medio de una sociedad a la que le extrañaba que una mujer pudiera dedicarse al arte, más allá de las actividades del hogar y las decorativas.
Su caminar fue sereno e impetuoso. Decía que su ser de artista era una vocación. Y hasta el final de sus días esa luz se mantuvo intacta, una expresión que se evidenció en los colores que amó, sabia paleta que envolvía a los espectadores. A sus obras les imprimió una línea propia, influenciada por el arte pop y otras vanguardias.
Dora amó la buena tertulia, la conversación creativa. Tenía un fino humor, a veces punzante. Su casa en el centro de Medellín se convirtió en punto de encuentro de artistas plásticos, músicos, escritores, periodistas, fotógrafos. Ella sabía acoger y dar hospitalidad. Allí también estuvo el escritor Manuel Mejía Vallejo, esposo de su hija Dora Luz Echeverría, arquitecta con alma de artista, quien para TV Cámaras dijo hace un tiempo que su madre era suave en sus maneras y fuerte en el contenido. Siempre estimulante para hijos y nietos.
Dora Ramírez adoró la música, los boleros, los sones. Cantaba y bailaba tango muy bien. Una experiencia a la que le imprimía un sentimiento profundo. Verla era un placer. Con su hija Dora y sus nietas, María José y Adelaida, montó un espectáculo inolvidable, Aire de Tango, sí, como el título de una novela de Manuel Mejía Vallejo.
Cuando conoció el arte pop y comenzó a acercarse a la técnica encontró un lenguaje, sus obras estuvieron marcadas por su influjo. A cada una de sus pinturas les dio una voz. Así, observamos esa serie maravillosa sobre The Beatles; así, observamos a su Carlos Gardel, a su Rodolfo Valentino, a su Marlene Dietrich, a su Simón Bolívar. Cantantes, actrices y próceres fueron retratados en su esencia, con emoción e inteligencia.
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Interesada por los iconos populares, ella lograba ver más allá. Ahondaba, los hacía parte de su vida, respiraban en su taller, en sus telas. De ahí la fuerza de sus piezas. No era algo superficial, era algo agudo que nacía de la investigación sobre cada personaje. Ella, también, fue personaje.
El color para Dora Ramírez fue un camino. Sus obras están marcadas por coloraciones fuertes producto de una experiencia audaz. Conocer la teoría del color le permitió volar sobre ella y, al hacerlo, consiguió una singularidad. El color, además, lo llevó hasta sus atuendos. Sus trajes tenían un sello. Sabía combinar con armonía. Usaba sombreros, diademas, moños, pañuelos. Siempre auténtica, siempre en la justa medida. Nada fácil.
Dora y sus caminos; Dora y sus melodías; Dora y sus conversaciones fluidas, lúcidas. Entre sus amigos se contaron la artista Débora Arango y el filósofo Fernando González. A ellos les aprendió a no alejarse de su ser interior, a ejercer su libertad con sus cinco sentidos, consciente del papel que representaba para ella misma, no para los demás. Y por eso, la fama la tenía sin cuidado, aunque esta llegó. Hoy es reconocida como una de las pioneras del pop art en Colombia y su obra fue expuesta en Estados Unidos, Alemania, México y Francia, entre otros países.
¿Qué significa su legado?
Hay en su propuesta plástica una mirada a la sociedad de consumo y a sus figuras y una visión de lo urbano y lo social. Hay eficacia a la hora de plantear formas y tonalidades. Con su poética y su carga irónica, sus obras transmiten felicidad. Ella irradiaba alegría, como lo decía Juan Luis Mejía, ex rector de Eafit e investigador. Sus colores son optimistas. Ella se define en ellos y expone su espíritu; se delata en su iconografía y logra, como un imán, atraer con el vigor que la habitó siempre, con su lucidez y su sensibilidad.
Dora, alegría en cuerpo y arte
Como un reconocimiento al legado de Dora Ramírez, este domingo 28 de mayo, a las 2:00 de la tarde, en el Ágora de la Biblioteca Pública Piloto, su hija, la arquitecta y cantante Dora Luz Echeverría, y María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, entidad que conserva varias pinturas de la artista y maestra, tendrán una conversación que ahondará sobre esa mujer que supo andar sus propios caminos y dejó huella. Modera: la periodista Beatriz Mesa Mejía. Una invitación de la 17 Feria Popular Días del Libro.