Escuchar atentamente los testimonios y reflexiones de invitados del más alto nivel, venidos de Ruanda, Alemania, Irán y Estados Unidos, nos alimenta la convicción y las ganas de seguir en nuestro proceso formativo en Noviolencia. Agregarle otras experiencias más cercanas de Colombia y de nuestra Antioquia, mejoran la comparación y estimulan las ganas de emular para multiplicar tanto bien. Me estoy refiriendo a la Cumbre Internacional de la Noviolencia en Caicedo, 2023.
Pero hubo otra CUMBRE paralela, íntima, todavía más poderosa, de donde yo tomé el mejor entrenamiento en mis 20 años de estudio y aplicación de esa filosofía de vida.
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Por esas cosas del azar, resulté montada en el bus que movilizó desde Medellín a los 20 nominados al “Premio Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri a la Paz, la Noviolencia y la Reconciliación”, y conviví durante tres días con esas personas. Allí había, como en una bella sinfonía de país, gente muy reconocida por sus iniciativas de larga tradición, pero también personas casi anónimas con un trabajo muy silencioso en sus pequeñas comunidades. A lo que quiero llegar es que, cuando hablamos de dignidad y grandeza, debemos cuidarnos de que la visibilidad no sea el criterio para admirar, respetar y apoyar. Tanto unos como otros están ahí para brindarnos amorosamente la mejor de las lecciones de Noviolencia y convivencia.
No solo los 300 jóvenes concentrados en el campamento tuvieron su inmersión honda y significativa; nosotros también, porque, por encima de cualquier diferencia social, económica, educativa o ideológica, compartimos austera y serenamente alimentos, hospedaje, conversación franca y sincera, colaboración, abrazos y muchas, muchas sonrisas para sortear momentos de dificultad, cansancio, calor, incomodidad. Esa sí que fue nuestra Cumbre de la Noviolencia, de la que estaremos agradeciendo por buen tiempo, porque nos llena de humanidad, nos revitaliza y nos hace mejores seres humanos.
En ese bus de la Noviolencia viajamos con empresarios adinerados, campesinas con solo centavos en sus bolsillos para regresar a sus municipios, líderes comunitarios, activistas de alto reconocimiento y trayectoria, victimas de la violencia, ciudadanos comunes y corrientes. Ese fue el gran regalo de la Cumbre de Caicedo, y es necesario visibilizarlo y apreciar su potencia para poner la grandeza y la dignidad humanas por encima de cualquier consideración, de cualquier prejuicio que nuble torpemente la mirada. Esa es la urgencia por igualarnos de la que habla la Noviolencia como antecedente para cualquier acción transformadora.
Salimos de la seguridad de nuestros espacios privados y de la comodidad de las ciudades capitales, para que el contacto directo con los territorios nos baje a tierra. Por eso decimos que es necesario gastar muchos tenis, solo así no confundiremos el mapa que se pinta desde la academia, los escritorios y los medios de comunicación con la auténtica y contundente vida real. Nuestras intervenciones en paz, Noviolencia y reconciliación tienen que ser desde ese afuera, porque solo así garantizamos la participación de los implicados y protagonistas, que asegura la legitimidad y utilidad de esos procesos sociales.
Termino con una idea sencilla: como participantes en la Cumbre, delicadamente diseñada y realizada por la Gobernación y su Secretaría de Gobierno, Paz y Noviolencia, era necesario que afináramos la mirada para ver al frente, oír con toda la atención, aprender mucho, pero también mirar al lado, al entorno caicedeño y a nuestros nuevos amigos acompañantes del bus. De esa manera fue posible escuchar hondo y comprender lo que allí se estaba viviendo; pero también apropiárselo de la mejor manera para ponerlo en práctica. Así funciona el modelo pedagógico de la Noviolencia, como un taller donde se aprende haciendo. A eso fuimos a Caicedo, y por eso damos gracias a la Gobernación de Antioquia en este “Mayo por la Vida 2023”.