/ Juan Felipe Quintero
Fruta de la pasión. Fuente de vitaminas A y C y del complejo B, entonces ayuda a tener un pelo sano y al cuidado de la piel, de la visión y del sistema inmunológico. Contenedor de potasio, fósforo y magnesio. Bien calificada porque su aporte calórico es muy bajo y porque ayuda a mejorar la digestión y a evitar la hipertensión. ¡De lujo! Sí. Hasta que llega a la mesa. Un desastre ¿Lo han notado?
¿Cierto que hay chorizos que tienen bien ganada su fama de “no me olvides”? Nos lo comemos, pasan las horas, pagamos la cuenta, dejamos la mesa, nos despedimos, vamos en el carro, recorremos la carretera, nos bajamos del carro, activamos la alarma, pasan más horas, llega la noche… ¡y el chorizo sigue ahí! De varias maneras te recuerda que fue comido ¿Será esa su venganza?
Pues así como “no me olvides”, también califica el jugo de maracuyá. Y eso que las flores de su planta, cuentan, son fabulosas para contrarrestar el estrés y el insomnio. Pero en la mesa, insisto, es un desastre.
En la mesa, digo, no donde vamos a calmar las angustias del hambre, comer sin pensar, “empujarse de afán cualquier cosita”. Digo comer como la práctica pensada, sentida, sensible de apreciar texturas, colores, temperaturas y, por supuesto, sabores. A la velocidad necesaria, sacándoles provecho a vista, olfato, gusto y hasta tacto y oído. Así se come. O, por lo menos, así lo deberíamos hacer.
¡Revísese! Sale a comer. Por el cumpleaños, por el ascenso o porque, sencillamente, quiso. Elige un buen lugar. Y en la mesa opta por el plato de su preferencia: por el sabor, por la experiencia completa, porque le trae buenos recuerdos…
Tras la orden, el equipo del chef se encarga de convertir el pedido en una suma que ponga a vibrar sus sentidos. Y, usualmente, todo sale bien. Hasta que aparece el jugo en cuestión. El “no me olvides” en versión para beber. Cuáles sabores propios del plato fuerte, cuáles salsas, cuáles vegetales frescos, cuáles guarniciones… quien pide jugo de maracuyá (y fresa y limonada y ni menciono las gaseosas) aplica una bomba sobre todas las piezas dispuestas en la mesa. ¡Bum! Y queda nada, nada más que las notas agresivas de la fruta de la pasión.
Basta de jugo de maracuyá (y ni menciono las gaseosas). Mejor descorchen una buena botella de vino (no necesariamente costosa) y dejen que comida y Malbec, Carmenere, Chardonnay y familiares hagan armonía de sabores y aromas. Un buen mesero los orientará.
Es más, si les cuesta dejar la maracuyá, vayan paso a paso y elijan un Sauvignon blanc chileno y percibirán en su copa algo de los bonitos aromas de la fruta.
El jugo que quede para otros momentos. En la mesa, en la buena mesa, que haya lugar para el vino. Bien elegido, no contamina los sabores, al contrario, los realza, no embucha, no hostiga, no embriaga.
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