Hola, te escribo desde la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) Pediátrica de una clínica en Medellín. Aquí estoy con Ágata, que parece más bien un pulpo con tentáculos que pitan, alumbran y la amarran sin poderse desplazar. En solo una noche, la vida de nuestra hija se vio amenazada por un virus respiratorio.
Como te he contado, con Ágata tuvimos un parto vaginal y la amamanté hasta los 2 años y medio, 6 meses más de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Su cuerpo ha podido disfrutar de una salud óptima. Ágata cumplió sus primeros mil días de vida (incluida la gestación) sin medicamentos, y según la OMS, este periodo es crucial para alcanzar el mejor desarrollo y salud a lo largo de su vida.
Por primera vez sentí un profundo miedo materno. De repente, todo lo construido en su sistema de defensa se vio atacado por una mutación de un virus que aún desconocemos. Las pruebas que le hicieron en urgencias descartaron que fuera el virus sincicial, COVID, influenza; descartaron todos los contagiosos. El que se tomó los pulmones de nuestra hija fue uno común y silvestre que fue exponenciado por la mala calidad del aire de esta ciudad. Esto nos llevó a urgencias a una UCI en un par de minutos. Ágata no podía respirar, todas sus vías aéreas estaban inflamadas y obstruidas. En su abdomen y sus costillas se hacían huecos, y su cuerpo parecía una máquina de secreciones mucosas que se esforzaba por expulsar el virus.
Durante los cuatro días en la UCI me dediqué a contemplar y me atormentaba contar una y otra vez las 10 UCI pediátricas disponibles para atender toda esta comunidad; es decir, en total solo 10 niñas o niños al mismo tiempo. En esas horas, mientras mi hija pulpo intentaba respirar con una cánula grande que le inyectaba 40lts de aire a presión, pensaba en tantos niños y adultos mayores que habitan este valle. ¿En qué momento se nos olvidó la pandemia? ¿Cómo nos estamos preparando para cuidarlos y poderlos atender?
En esta, una clínica de alto nivel, se ven las jornadas inhumanas del cuerpo médico. Como cuidadora, por ejemplo, pasaba la noche en vela. Las luces y los pitos, y la ausencia de silencio me impedían descansar. Pedía un vaso de agua y no había disponible ni agua filtrada. No podía ni ausentarme para entrar al baño, porque eso implicaba dejar a mi hija pulpo sola. Y la alimentación que le ofrecían a Ágata, porque para la cuidadora no había nada, me desgarraba el corazón. Todo era comida ultraprocesada y forrada en vinipel; un plástico que lo llenaba todo con las mismas micropartículas de plástico que están ahogando nuestro océano, lo único capaz de producir el aire que sostiene la vida de este planeta.
La poca sensibilidad y paciencia del cuerpo médico parecía reflejar sus condiciones laborales. Nos pasó una pandemia que nos encerró a todos, la máquina del progreso se atrofió por unos meses, y de repente arrancó como en un drone con el control remoto manejado por la 6G. ¿Y la humanidad? ¿Quién se encargará de eso otro que es invisible, pero que es esencial para nuestra supervivencia?
Nos dieron de alta el 8 de marzo, el día que Ágata cumplió sus 2 años y 8 meses; ese mismo día se celebró el Día Internacional de la Mujer, y ese día recordé que los ciclos del 8 parecen ser nuestro eterno retorno. Tocar fondo para surgir más fortalecidos con la idea de que la dignidad y la ética sólo se construyen colectivamente.
El final feliz es que estamos de nuevo en familia, superando las fracturas del brazo de Carlos, y acompañados de un grupo de talentosas mentes y corazones altruistas con los que estamos construyendo un proyecto de ciudad. Oye, Ágata te manda un beso y te quiere ver pronto.