Preocupa la continuidad del paro estudiantil y los disturbios en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid –el último de ellos en plena Avenida Las Vegas en la tarde del martes 9 de junio–, pues es evidente el contrasentido en que están incurriendo sus promotores: la interrupción del proceso de enseñanza-aprendizaje deteriora justamente la calidad educativa que pretenden salvaguardar y agudiza el déficit presupuestal. Así de sencillo. Y cada día que pasa, suma.
Hasta antiguos líderes estudiantiles de universidades públicas en los años 70, reconocen hoy el error que fue pretender imponer sus criterios mediante vías de hecho que derivaran en disturbios, pedreas, taponamientos de vías y paros indefinidos, acciones que solo dejaron pérdida de tiempo –con las consecuencias que esto conlleva para los estudiantes y sus familias–, muchos daños materiales y, lo peor, pérdida de vidas. Por eso resulta ingenuo y anacrónico que 45 años después, en pleno 2015 y en un contexto diferente, algunos pocos incurran en los mismos errores, e insistan en pasar por alto las enseñanzas de experiencias pasadas. El asunto no sería tan grave si solo fueran ellos los perjudicados, pero están arrastrando con sus decisiones a 14.800 estudiantes (en la sede de El Poblado), muchos de los cuales preferirían seguir en clases mientras simultáneamente se busca una concertación con las directivas del plantel educativo y la Gobernación de Antioquia. Aparte de la interrupción del itinerario académico, también se causan molestias al resto de la comunidad que nada tiene que ver en el asunto, como los vecinos y aquellos que al pasar por la vía pública quedan en medio de la revuelta y del riesgo, e impedidos para llegar a su destino. No es el mejor ejemplo que puede dar la academia al resto de la sociedad.
No pretendemos desconocer las razones que tengan los perpetuadores del paro para estar descontentos, pero lo que sí cuestionamos es su manera de expresar su inconformidad y buscar soluciones. La protesta es válida, claro, pero hay que mirar cómo se hace, buscar estrategias distintas y menos dañinas para los mismos estudiantes. La historia de nuestras confrontaciones y los malos rumbos que tomaron en muchos casos, deben servir para algo y en este caso sería para darle valor al diálogo con los que consideramos contrarios o antagonistas. Pero para esto se requiere entender al otro –llámese Gobernación, directivas o estudiantes– no como un enemigo sino como un interlocutor que merece respeto, con el que se puede debatir, discutir, exponer argumentos, inconformidades, solicitudes y, finalmente, concertar.
También nos preguntamos qué papel activo están jugando los estudiantes del Poli que no están de acuerdo con que se prolongue más el paro y en qué escenarios están expresando su posición. Porque si es cierto –como pensamos– que son la mayoría, aquí lo más preocupante sería su falta de participación. Habría que preguntarse entonces si es que son víctimas de intimidación o simplemente se trata de comodidad, apatía o indiferencia, algo aún peor.