Es domingo y un sol suave cae sobre él y su patineta. Al lado, tiene un grupo de personas con un deseo común: subirse a esa tabla de cuatro ruedas, moverse, sentirse libre y disfrutar. La edad, el barrio o el estado civil no importan aquí. Se llama Juan Pablo Gallego, pero casi nadie lo llama así; Barbas le dicen todos: amigos, conocidos y los niños y jóvenes a quienes guía en Parche Escuela, la escuela que creó hace 17 años, en la Terminal del Sur, y que existe hoy en Envigado.
Todo empezó gracias a Sebastián Echavarría, un amigo que jugaba fútbol, en las canchas del Estadio, y en el barrio La Floresta. En una de esas tardes después del colegio conoció a un arquero que los invitó a tomar jugo a su casa, y allí vio por primera vez su patineta y el ollie, un truco en el que es posible volar sobre ella. Alejandro Gallego, Mauricio Mejía y Felipe Agudelo, figuras destacadas de esta práctica, en Colombia, también lo inspiraron.
“La patineta es un elemento de comunicación. Si ves a alguien con una, será fluida y natural”.
Después se convirtió en vendedor, en una tienda de patinetas, un lugar al que considera el corazón del skateboarding, porque además de objetos, reúne a todas las personas interesadas: “Es un sitio de intercambio cultural; para muchos es su casa, el espacio donde desaparece cualquier momento aburrido”.
A partir de entonces surgió la necesidad de tener un lugar fuera de la tienda y así fue como nació Parche Escuela. Aquí pasa la mayor parte del tiempo, habla y enseña con paciencia a los estudiantes y sus familias. Además es líder de maestros y DJ: de su mano y voluntad, aquí suenan Guns N’ Roses, Bon Jovi o Alcolirykoz.
Después de llevar casi toda la vida sobre una patineta tiene claro qué ha cambiado, para bien: “El skate es difícil y la gente cree que se aprende en un ratico, y no. Me encanta lo que ocurre ahora. Las situaciones que no pude vivir antes, las vivo con los niños. Cómo aprender un truco. Comparto sus logros, y eso hace que nos sintamos parte de una familia”.
Cuando empezó, el skate era visto como esa disciplina que incluía a llamados raros, esa gente que cabía en los dedos de la mano y que se oponía a los deportes tradicionales. “Ahora, eso ha quedado atrás”, explica.
Barbas agrega que la gente en Medellín ya ha entendido que esta es una práctica para gozar y compartir junto a otras personas. Él mismo ha aprendido a conocer esta ciudad y otras cercanas a través de la práctica o de miradas ajenas. Como ocurrió con un grupo de patinadores que llegaron de Estados Unidos y viajaron a través de lomas que se levantan en barrios como Santander, Castilla y París. “Hay unas cuadras que son muy particulares. Ellos llegaron con toda la experiencia y abrieron un camino”.
Entre las ciudades que más ha disfrutado recorrer con su patineta menciona a Bogotá, por sus calles planas y el asfalto. De Cali y Barranquilla resalta el buen ambiente. Fuera de nuestras fronteras recuerda a Montreal, en Canadá, y a Barcelona, por la amabilidad de la gente y la posibilidad de lugares para esta práctica.
Mientras habla, varios niños y jóvenes practican; suena la música y él escucha con calma las preguntas: “Aquí no llegues con afán de aprender o ganar. Cuando pasas bien, vas a conseguir un amigo, una pareja. O te vuelves profesional. Si disfrutas, el resto llegará por añadidura”, dice con esa seguridad y alegría que muestra cuando viaja en su patineta.