Los miles de estudiantes que se han saboreado las clases de la academia Yurupary durante 38 años respiran tranquilos al saber que el legado se mantiene, renovado.
A las dos se le chocolatean los ojos al contar la historia. Maria Victoria Franco, la abuela, entrega la responsabilidad a Eliana Villa, la nieta, y con este gesto garantiza la permanencia de una de las entidades culturales más importantes de la ciudad: la academia Yurupary.
Con 38 años de existencia, Yurupary ha sido el lugar de encuentro de miles de personas que han llegado a sus aulas con el simple -pero profundo, a la vez- placer de aprender. La academia nació el 15 de enero de 1985, a partir de una idea de Maria Victoria Franco y Gloria Uribe, dos exprofesoras de EAFIT. “Dijimos: qué dicha poderles dar clases a personas que deseen estudiar porque quieran, no porque los mandó el papá, la mamá, la sociedad…”, cuenta Maria Victoria.
El proyecto, que ahora suena común, sonaba revolucionario en aquella época, ya que en Colombia había una mínima oferta de educación no formal. En principio la academia montó unos cursos en el área de humanidades, que era la línea académica en la que se habían graduado las dos fundadoras, en la UPB (Maria Victoria había estudiado Humanidades y Comunicación Social; y Gloria, Filosofía y Letras). A esta propuesta se sumó muy pronto el área de fotografía, y, con el tiempo, la empresarial.
Los cursos de historia, arte, literatura, cine, geopolítica y temas contemporáneos, dictados por reconocidos profesores de la ciudad, como Carlos Arturo Fernández, Luis Alberto Álvarez, Rocío Vélez de Piedrahíta y Maria Cristina Restrepo, fueron recibidos con entusiasmo por profesionales de todas las áreas. “Nuestros alumnos estaban encantados de asistir a estos cursos, sin notas, sin exámenes, por el solo interés de conocer más”. Un disfrute mutuo, cuenta Maria Victoria, “porque no hay nada más satisfactorio para un profesor que ver a un público interesado; uno lo da todo”. En dos años, el crecimiento de Yurupary dio los frutos suficientes para que Maria Victoria y Gloria adquirieran la casa del barrio La Aguacatala, que sigue siendo su sede.
“La idea nuestra era también sembrar en los estudiantes la inquietud de seguir leyendo y seguir aprendiendo sobre los temas de los cursos”. Con esta filosofía nacieron los viajes culturales: “Los estudiantes del curso de Historia del Arte, dictado por el profesor Carlos Arturo Fernández, nos dijeron, ‘¿por qué no nos vamos a ver estas maravillas en vivo y en directo?’”. Las clases, entonces, se trasladaron de las diapositivas a las calles de Italia, Egipto, Grecia, Turquía, y se han convertido en uno de los mayores aportes de Yurupary para los entusiastas y fieles alumnos de la academia.
El relevo generacional
La pandemia fue un principio de realidad para Maria Victoria y Gloria, que las llevó a tomar una difícil decisión: “Nosotras tenemos ya una edad respetable -dice Maria Victoria, entre risas- y la educación después de la pandemia tuvo un viraje muy grande. Entonces decidimos vender la academia”. Un punto de quiebre de las dos fundadoras de Yurupary que coincidió con otro momento clave en la vida de Eliana, la nieta de Maria Victoria: “Yo soy abogada, pero venía con un sinsabor con mi profesión. A pesar de que me iba bien, no sentía pasión, y el trabajo me parecía muy monótono”.
Decidió seguir su corazón, y conectarse con ese mundo en el que había girado su familia durante toda su vida: “Desde mi infancia en Yurupary, sin quererlo y sin pensarlo fue naciendo mi amor por la cultura y por la historia. Entendí que quería hacer algo que involucrara el contacto con la gente”. Y con ese entusiasmo logró convencer a su novio Mateo Sierra, administrador de empresas con espíritu emprendedor, y a su cuñado Fabio, chef y profesor de gastronomía, para que formaran una sociedad y compraran la academia.
Para ellos también la pandemia había marcado un antes y un después, porque en esa época dolorosa tuvieron que cerrar el exitoso restaurante El Trompo, en Provenza. Así lo expresa Mateo: “Lo más lindo de esta sociedad que acabamos de armar es algo que aprendimos pospandemia: otra vez nos tendemos la mano y armamos un tejido que nos da la capacidad de establecer alianzas para superar retos como este”.
El rejuvenecimiento de Yurupary se nota no solo en el correcorre de los obreros que le dan una mano de pintura a las paredes y restauran las puertas y ventanas de esa casa patrimonial del barrio La Aguacatala, sino también en el entusiasmo de estos tres jóvenes que entienden la responsabilidad de conservar el legado cultural.
Yurupary en cifras
Desde 2009, año en el que la academia Yurupary empezó a hacer registro digital de sus estudiantes, más de 10 mil personas han pasado por sus aulas. En el programa de formación empresarial, más de 250 empresas han recibido las capacitaciones solicitadas a la academia, con un promedio de mil empleados por año.
Y en los viajes culturales, que realiza Yuruparí desde hace 35 años, más de dos mil estudiantes han vivido la emoción de hacer una inmersión en los países que previamente estudian en las aulas de clase. Este año visitarán Egipto (febrero), Islandia (marzo) e Italia (septiembre).