“Ya son más las personas con conciencia sobre la importancia de conservar animales y plantas, en Colombia, pero aún no son suficientes”.
Una telaraña con gotas del rocío de la noche y que abraza una flor morada de verbena es motivo de alegría para Memo Gómez. Solo esto, es razón para que tome su cámara e intente tener la mejor imagen. Para celebrar, compartir con otros su experiencia, y tal vez, quién sabe, llevarlos a cuidar la naturaleza que existe y aún estalla en abundancia, en muchos lugares del mapa, en Colombia.
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Por su casa en Rionegro pasa unos cuantos días al mes. El resto del tiempo puede estar en el Putumayo, en Santander o en una reserva como Agrícola Camelias, departamento de Bolívar, lugar donde sucede esta conversación. Cuenta que los viajes han venido en aumento, en los últimos años. Las razones son variadas: cursos, proyectos, invitaciones o reunir imágenes para publicaciones, como es el caso de Naturaleza y asombro, su libro más reciente y publicado recientemente por la Fundación ReverdeC, de Celsia. En él comparte historias del oficio, imágenes de aves y plantas, y sus sonidos. A través de códigos que están en las páginas, los lectores pueden saber cómo suena un cóndor, cuál es la fortaleza de un loro orejiamarillo.
Para él es una “bendición” poder tener un trabajo como el suyo y en su historia personal es un antes y un después, ese momento, hace 11 años, en el que decidió ser fotógrafo de naturaleza: “Comparto lo que me sorprende. Para que aquellos que vean mis imágenes se emocionen, alegren, reflexionen o disfruten. Me alegra mucho que la gente goce al ver las fotos, al leer una historia de viaje y conocer más sobre las aves”.
El éxito de su misión se lo atribuye a varias cosas: el conocimiento de la técnica es el primero de ellas. Explica que si el ave esperada llega y permanece solo unos minutos, es necesario saber tomar esa imagen. De lo contrario se perderá la oportunidad. Tal vez para siempre. O probablemente será necesario esperar varios años para volver a vivir ese momento. A esto le suma las relaciones con la comunidad: “Para mí, la mitad de la foto es el guía, esa persona que conoce bien el lugar, ayuda con un permiso, conoce los habitantes, explica qué ocurre, en un sitio. Cuando veo mis fotos, siempre pienso en esas personas que estuvieron ahí y me ayudaron a que yo pudiera tomarlas”. A esto también agrega la flexibilidad.
Disfruta estar en el campo, comer en alguna cocina de Colombia, con piso de barro, mientras toma una taza caliente de aguapanela con quesito y al lado de los campesinos: “Los fotógrafos de aves como yo, somos montañeros de corazón”, dice.
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Además de celebrar la naturaleza y compartir sus emociones y trabajo con las personas, también busca dar a conocer lugares, para que la gente los visite con respeto y apoye sus negocios o iniciativas: “Si aseguramos el éxito de las personas que viven en las zonas que debemos cuidar, garantizamos que haya una buena conservación, y que disminuya la presión sobre el ambiente”.
El gusto por la naturaleza lo ha sentido desde niño, tiempo en que caminaba por el campo, y sus alturas, con su papá. También ha sido buzo, y aunque ha recorrido Colombia de forma permanente, todavía tiene muchos lugares por conocer. Sueña con estar unos días en la reserva Chiribiquete, y aunque ha intentado conseguir un permiso para lograrlo, todavía no lo ha logrado y espera conseguirlo: “Ese es un lugar muy valioso, y tiene mucha presión de algunos que buscan apropiarse de sus recursos naturales. Quiero estar ahí unos días, para tomar algunas fotos y poder aportar un poco, a que la gente, en Colombia, entienda la necesidad de cuidarlo; esa es mi misión, ahora: aportar a la sociedad, a través de la fotografía, ayudar con este oficio”.