“Hay que reorientar el pensamiento y la acción para que la barbarie no se repita” Theodor Adorno
La violencia en Colombia en todas sus formas está empotrada en su historia, es y ha sido incontrolable en forma a pesar de grandes arreglos políticos recientes que se han hecho, como el Frente Nacional y ahora el proceso de paz, que, de momento, ha rebajado algo las cifras de homicidios, pero las masacres y el interminable asesinato de líderes sociales son una vergonzosa mancha negra que oscurece el panorama.
La histórica polarización política, un muy importante factor en la violencia, ha infectado gravemente la empatía y la compasión, degradándolas y afectando la vida social y ciudadana. Así, ha hecho que no entendamos lo tan grave que ocurre en clave de humanidad y ética, sino principalmente en clave política, la mayoría de las veces con el maquiavélico postulado, tan comúnmente utilizado: el fin justifica los medios. El conflicto armado nos ha hundido más en la deshumanización de la política, que ha sido muy característica en Colombia.
El progreso implica “pisotear unas florecillas en el camino”, decía Hegel. Y Marx agregaba que eran insignificantes porque eran el costo del progreso. En eso hemos caído nosotros, en la insensibilidad ante el dolor de las víctimas y en la falta de compasión –sentir con el otro- porque políticamente no es tan rentable. Un solo ejemplo de esa falta de ejemplaridad pública en humanismo de los dirigentes, que se repite constantemente, fue palpable en la horrorosa toma del Palacio de Justicia, 6 de noviembre de 1985, cuando al presidente de la Corte Suprema de Justicia que clamaba por el cese al fuego se le negó el diálogo.
Esas ‘florecillas’ en unos casos son los de otra raza, otra religión, otra creencia, y en otros, el medio ambiente, los recursos naturales, dice Reyes Mate. Tenemos que convencernos de que hoy el concepto de ética va ligado indisolublemente al de responsabilidad. Somos responsables de los actos y de las consecuencias que desencadenan, y también de las acciones que no hicimos, pero heredamos las consecuencias (responsabilidad histórica). Frente a esta lógica del progreso, de la que hace parte cierta apología de la violencia, somos responsables de trabajar para detenerla.
Tenemos que repensar la verdad, la política, la ética y la estética teniendo en cuenta el sufrimiento de las víctimas, como lo plantea la victimología. La historia se ha construido sobre víctimas y no se les ha dado mayor importancia porque nos parece normal, son el precio del progreso. La memoria moral dice que no podemos seguir construyendo la historia con esa lógica. Nada justifica un progreso con gran cantidad de víctimas. Hay que pensar en la dignidad común como la que fundamenta la ética entendida como una respuesta a la inhumanidad.
Las víctimas son una voz para oír, pero la responsabilidad política es de otros. Es más importante el silencio de quien no puede ya hablar o de quien llora. Primo Levy, sobreviviente de Auschwitz, decía que los supervivientes de los campos eran voces secundarias, porque los que más habían sufrido ya habían muerto. Aquí y ahora, es fundamental que enseñemos y aprendamos a pensar y discernir en clave de humanidad; sino, seguiremos en el desbarrancadero del huracán de una violencia sin fin.