La impuntualidad permanente del presidente Gustavo Petro no es un asunto que sus asesores deban tomar a la ligera. Todo comunica.
Eran las 9 de la mañana del lunes 26 de septiembre, y los funcionarios de protocolo de la Presidencia, organizadores del evento más importante de ese día en el país, la apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela, dieron la orden de bloquear el paso peatonal y alistar todo para la llegada del primer mandatario.
Banderas, orquesta y atriles listos. Cientos de invitados binacionales y medios de comunicación de varios países del mundo, citados una hora antes, como se estila en todos los eventos de presidencia por razones de seguridad, estaban preparados para ser testigos de ese momento trascendental para la reactivación de la economía de la zona de frontera, después de siete años de cierre. Pero el evento empezó tres horas tarde: solo a las 11:27 sonaron los himnos, y a las 12:12 inició el discurso del presidente Gustavo Petro.
Enrojecidos y sudados bajo los 30 grados de temperatura que suelen golpear la zona de frontera al mediodía, los invitados debieron entender que no había ninguna razón para que esta vez el primer mandatario de la Nación fuera puntual. ¡No fue capaz de llegar a tiempo a la cena de cortesía que el presidente de los Estados Unidos había organizado en Nueva York para 150 mandatarios de todo el mundo, como parte del protocolo de la Asamblea General de la ONU!
Un “oso” internacional que se sumó a los desplantes a sus propios compatriotas: recién electo, faltó a la cumbre de 300 alcaldes convocada por la Federación Nacional de Municipios en el Hotel Tequendama; a la Asociación Nacional de Empresarios, ANDI, los hizo esperar cinco horas, en Cartagena; a las tropas armadas y a sus familias les incumplió la cita para la ceremonia de presentación de la nueva cúpula militar, y nunca llegó al Congreso Nacional de la Confederación de Cooperativas.
Ya se habla en Colombia de “la hora Petro”, y se le compara con Héctor Lavoe, un tardón compulsivo que tuvo que componer una canción para calmar los ánimos de sus fanáticos, resignados a esperar largas horas para el inicio de los conciertos. El rey de la puntualidad, se llama la canción, y se convirtió en el abrebocas de los espectáculos: Tu gente quiere oír tu voz sonora / nosotros solo queremos que llegues a la hora, dice el coro.
Aquí están equivocados, si se los digo como un hermano / Yo no soy quien llega tarde, ustedes llegan muy temprano, contesta Lavoe. La canción tranquilizaba a los seguidores de Lavoe. Claro, él era El Cantante.
Pero los colombianos no tendremos tanta paciencia con la impuntualidad de nuestro presidente. Para justificar el comportamiento de los incumplidos se han tejido muchas teorías: es que tienen un tempo interno, una tasa metabólica propia, dicen unos; que son olvidadizos y distraídos, dicen otros. Los más certeros apuntan a que son narcisistas que creen que su tiempo vale más que los demás, o desamparados que quieren llamar la atención. Incluso hay quienes opinan que son tan perfeccionistas que siempre se demoran terminando sus tareas pendientes…
Pero, no nos digamos mentiras. Un incumplido es, simplemente, un maleducado. Una persona que llega tarde, sobre todo a un evento que no empieza sin su presencia, expresa una absoluta falta de respeto hacia los demás. Y si los áulicos que acompañan al presidente Petro en los temas de comunicaciones y protocolo creen que se trata de una nimiedad o de un tema superficial, están equivocados: hay asuntos de forma que son de fondo.