Hay un lugar icónico en Medellín. ¿Cómo ha logrado permanecer tan vivo desde 1992? Intentamos averiguarlo.
Se abrió el 15 de agosto de 1992. Un día en el que había toque de queda. Se abrió en una ciudad que estaba sitiada por la violencia del narcotráfico. Había toque de queda y se llenó. Eso cuenta Daniel Álvarez, mientras suena la música en Berlín 1930.
“Nos vemos en Berlín”, esta frase dicha una, otra y otra vez, resulta ser una cita impostergable. Daniel es hijo de Hernán Álvarez, el médico, el pesebrista, el buen conversador que hace treinta años con su socio de ese entonces, David Ramírez, fundó un lugar en cuyos ecos resuenan las más diversas voces. Suena Pink Floyd, suena Queen, suena Supertramp, suena Sting; suenan Soda Stereo y Bajo Tierra. Suena sin discreción el taco que da en la bola en una de las dos mesas de billar. Suenan los vasos al chocar para un amoroso brindis. Y alguien recuerda el sonido del piano interpretado por los maestros Teresita Gómez o Sergio Acevedo. Y la voz de Elkin Ramírez, de Kraken, tan potente como era, o de Nito Mestre, el argentino de Sui Generis.
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Berlín tiene su hechizo. Hernán Álvarez va casi todos los días. ¿Por qué? Por los amigos, por la conversación, porque es su lugar, por su magia. Recuerda que cuando inauguraron, la 10, en El Poblado, era solitaria, muy serena. Nada que ver con la algarabía de hoy. Este es uno de los pocos lugares que no ha cambiado desde esos años noventa, con su aire de casa antigua, gran patio, terraza, pisos de baldosas rojas, paredes pintadas de azul y naranja que dejan ver las huellas del tiempo, y una serie de reproducciones y pinturas que cuelgan, algunas recordando el origen del nombre, los años treinta en Europa, vitales, llenos de arte y luz. La cabina de teléfono, su iluminación rojiza, sus lámparas, sus instrumentos musicales y los viejos objetos, lo identifican, así como su amplio bar con una barra muy generosa.
Berlín 1930 invita a una conversación sin punto final, a seguir el ritmo de las músicas que suenan allí y que identifican a tres generaciones, esas de los años 80 y 90 del siglo pasado, y las más jóvenes del siglo XXI. Daniel, quien es comunicador y músico, asegura que uno de los secretos ha sido que a lo largo de los años al bar lo han acompañado “barras” cómplices y “colectivos” que ayudan en la programación de los conciertos y toques; en la presentación de un libro, de un espectáculo de circo, de un performance o de una exposición. Lo define, por tanto, como un centro cultural. Ahora, gravita el colectivo Laboratorio Veta, que ayuda con su agenda. Además, se tiene un estudio de grabación que promete, porque si bien el bar conserva su esencia en su música, decoración y atención, se reinventa de manera permanente.
uno de los secretos ha sido que a lo largo de los años al bar lo han acompañado “barras” cómplices y “colectivos” que ayudan en la programación de los conciertos y toques.
Hernán enfatiza en que Berlín ha sido un lugar para los amigos. En sus inicios, Alberto Sierra, fundador de la Galería de La Oficina; el empresario Horacio Jaramillo, quien le dio vida al inolvidable restaurante La Bella Época; artistas como Hugo Zapata, Adolfo Bernal y el mellizo Ortiz, entre muchos otros, le dieron su bendición, así como hoy se la dan nuevos artistas plásticos, músicos, escritores, diseñadores, entre otros. Hay quienes estrenan su cédula de ciudadanía allí.
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Si bien la pandemia los aporreó, la energía ha vuelto. Este 8 de septiembre se hizo un concierto importante, pues fue el primero después del encierro, estuvieron Ojo de Cóndor, banda de la que hace parte Daniel, y No hay juventud. Se abrió de nuevo el restaurante, a cargo del chef Sebastián Tobón; volvieron las ferias, y en el parqueadero continúa el café manejado por Fernando Sierra, quien, por cierto, ha acompañado al bar desde sus primeras épocas. Él también ayudó a armar esta historia al calor de uno de sus deliciosos americanos.
Hernán define a Berlín como un pub que evoluciona sin olvidar el pasado. Un espacio muy libre. Un escenario en el que se puede compartir al ritmo del rock clásico y el pop, con algunas notas de mambo, salsa, tango, rap y electrónica, que llegan de una completa discoteca construida a lo largo de estos años. Vinilos y CD comparten, tal como lo hacen las distintas generaciones que allí se citan. Tal vez alguien prefiera jugar parqués, ajedrez o ping pong. O en las tardes, disfrutar de la lectura en ese patio al que le da frescor un curazao que ha crecido con el bar. “Nos vemos en Berlín”.