La naturaleza me gustó toda la vida. Sin embargo, no recuerdo que le prestara particular atención a lo que ocurría a mi alrededor cuando era más joven. Seguro, siempre que iba a la finca señalaba la garza morena desde la canoa. Claro, no olvido el rey gallinazo observando desde lo alto el cadáver de un ternero que había comprado el abuelo. Por supuesto, recuerdo el caimán que vivía en el río Cocorná sur y se asoleaba en las playas al frente de la mayoría. Pero, así como prestarle atención, atención… no. Se podría decir que veía, pero no observaba y oía, pero no escuchaba.
Primer acto: salí a caminar por la finca para fotografiar aves y chicanearle a mi jefe sueco, que era pajarero. “Pajarero”: una afición hasta el momento desconocida para mí. Aún recuerdo la primera ave que vi ese día. Tardé en entender que era un ave. Un bienparado común (de nombre científico Nyctibius griseus). Si no lo conocen, busquen una fotico y entenderán mi confusión. También vi un grupo de pichís (unos pequeños tucanes comunes en el valle del Magdalena). Una nueva conexión neuronal activó una obsesión que estaba como guardada en mis profundidades.
Segundo acto: un día me dice mi querida amiga Julimón: «Santi, si te gustan tanto las aves, ¿por qué no las reportas en Naturalista?». Naturalista es una plataforma en la que se reportan observaciones de flora, fauna y funga. Qué me ha dicho. ¿Cómo decirlo? Las generaciones más recientes tal vez no entiendan del todo esta referencia, pero es como un álbum Jet de la era digital, en el que uno mismo tiene que hacer las laminitas. La app, sin duda, le subió el grado a mi obsesión.
Tercer acto: pandemia. Tuve la fortuna de encontrar una casa en el campo para pasar parte del encierro. Por las noches me llamaban la atención los bichitos que se sentían atraídos a la lámpara. Aparecen las polillas en mi vida. De ahí en adelante todo se vino en picada (en sentido positivo).
Ahora ando como un loquito tomándole fotos a todo lo que me encuentro. «Ya va Santiago para la lámpara», dicen en la finca cuando me ven pasar cada media hora a revisar qué bichito nuevo ha llegado. Quiero saber qué es todo lo que veo y cómo se llama. También he aprendido un poco de otras áreas del conocimiento, diferentes a aquella en la que me especialicé. He conocido gente increíble y contribuido a proyectos tan interesantes como uno que busca conocer más acerca de un ave que se creía extinta o a catálogos de mariposas y polillas.
Además de satisfacer mi curiosidad y recompensar al cerebro con quién sabe qué químicos que produce la experiencia de ver un ave, mamífero o insecto que no conocía, cada vez estoy más convencido de que el contacto con la naturaleza es sanador. De que conocer resulta en apreciar y, últimamente, en proteger, conservar y regenerar. Por ahí dicen: «cuando uno está enamorado se lo quiere contar al mundo». Y yo no soy celoso. Por el contrario: quiero que otros se enamoren de la que yo estoy enamorado.