La crisis ambiental que vivimos en la actualidad es el reflejo de una desconexión entre nosotros y el planeta.
Hace poco, en un taller con Mariana Matija, una mujer a quien admiro mucho, ella nos dijo algo que se quedó resonando en mí. Mencionó que la crisis socio-ecológica que vivimos en la actualidad es realmente una crisis de cosmovisión (es decir, manera de ver e interpretar el mundo), derivada de la creencia de que hay una ruptura (desconexión) entre nosotros y el planeta. Me quedé pensando mucho en esto, porque, a pesar de que nos enfrentamos a los grandísimos retos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad -nunca antes el planeta había estado tan caliente (e inestable) o había sufrido tanto deterioro en sus ecosistemas a causa de las actividades humanas-, nosotros continuamos viviendo como si esto no estuviera pasando.
Esta negacionismo que sufrimos como sociedad me llama mucho la atención, pues los científicos de todas las disciplinas vienen advirtiendo, desde los años 60s, sobre los efectos del crecimiento económico desenfrenado a costa de la naturaleza, y, además, los impactos de las crisis climática y ecológica, que están interconectadas y son casi lo mismo, son bastante evidentes desde hace un tiempo (por ejemplo, en Medellín y Antioquia, los aguaceros torrenciales y los desastres asociados a ellos son cada vez más frecuentes).
Al pensar que continuamos consumiendo y produciendo cosas de manera desaforada, que nuestros referentes de una vida plena son las vidas “perfectas” que mostramos en redes sociales, y que seguimos viendo a la naturaleza como “algo” separado de nosotros que está ahí para nuestro bienestar y uso, me convenzo cada vez más de que esta crisis sí está basada en la desconexión. Desconexión de nosotros mismos y de todo aquello que nos rodea. No por nada, una persona cualquiera pasa en promedio 2 horas y 27 minutos al día en redes sociales; o sea, ¡casi 18 horas semanales! ¿Se imaginan qué pasaría si usáramos esas 18 horas para reconectarnos con nuestra naturaleza, o con las personas que queremos, o con las actividades que nos gustan?
Lo más probable es que recuperaríamos esa cosmovisión de conexión con la Tierra que comparten tantos pueblos ancestrales de nuestra región, y que encuentra su manifestación primordial en los murales de pinturas rupestres de Chiribiquete, el lugar donde, en un continuo cultural que lleva existiendo alrededor de 20.000 años, nuestros ancestros han plasmado su visión del mundo. Como parte esencial de esta concepción, está su relación con la naturaleza: ellos se conciben a sí mismos como parte de ella, pero, además, la tratan con sumo respeto pues también viven con, en y de ella.
Estoy segura de que, si todos aplicáramos un poquito de esa cosmovisión en nuestro día a día, nuestra tendencia natural al cuidado de la vida renacería y, desde nuestra cotidianidad, podríamos contribuir a la reversión de la crisis socio-ecológica. Además, nos daríamos cuenta de que somos seres interconectados, y, que sobretodo, somos naturaleza.