“Mi sueño es presentarme en el Festival Mono Núñez, componer y grabar”.
Nadie queda inmune cuando la oye. El lugar es lo de menos. Puede ser en un restaurante, en una serenata o en una clase de canto, en algún salón de la Universidad de Antioquia, lugar donde estudia.
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Cuando Luisa Villota canta, la respuesta es casi la misma: la gente quiere oírla, dejarse llevar por la emoción de una letra, por la música que trae su voz. Algunos se sorprenden, cantan con ella o lloran. Como aquella señora que escuchó Zamba para olvidar, y lloró sin pena ni resistencia.
“Es muy bonito cuando la gente se conecta con uno”, dice Luisa, con su voz serena.
En su historia no había nada para pensar que cantaría en algunos restaurantes del barrio El Poblado. Creció lejos, entre el viento y las montañas de Pasto, en la casa de Nury, ama de casa, y Jorge, profesor de arte. La posibilidad de venir apareció cuando una amiga le propuso salir a “chisguear”, es decir, a tocar en los restaurantes. Pensó en Medellín porque aquí daba clases Gina Savino, una cantante que admira. Y también, porque sintió que necesitaba ampliar la ruta, esa que empezó cuando tenía casi 12 años y una amiga de su mamá descubrió su voz. “Por la música, vivo”, dice.
En la época de la pandemia, su papá perdió el trabajo, y la tienda familiar creada por su mamá no alcanzó para cumplir sueños de otros. Laura ya había sido parte de la Red de Escuelas de Música y se sentía segura entre canciones y conciertos. Por eso, un día, les avisó su decisión, y con la ayuda de Nacho, su mejor amigo, llegó a Medellín. Las primeras semanas fueron pura preocupación, y meses después volvió a Pasto, para recuperarse de una tendinitis que ganó por tener las manos pequeñas, y tocar muchas horas, dijo el doctor que la vió.
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Regresó a Medellín, para seguir con los estudios de Canto Popular, y trabajar como cantante. De esta ciudad, disfruta los árboles, y la gente, amable con ella, cuenta. No le da miedo salir al escenario; solo si se trata de un concurso. Por estos días, se presenta junto a su grupo, varios días a la semana, en “Tacos El Tigre”, un restaurante de El Poblado. El camino va más lejos: también la buscan para fiestas, serenatas y momentos felices. Su acento y origen no son problema o prejuicio, como a veces sucede aquí. Quienes la conocen, la recomiendan y se refieren a ella con diminutivos, esa forma local de cariño: “Ahí viene La Pastusita”, se escucha decir.