Por Saúl Álvarez Lara
Me dice que se emociona con frecuencia cuando habla con los estudiantes sobre una obra, un maestro, un libro o sobre el proceso de ver en alguno de sus talleres de dibujo o grabado. Lo comprobé en el encuentro que tuvimos para hablar precisamente de eso, del Taller de Grabado y Dibujo que dirige en el barrio Manila. Se emociona cuando habla de El Durero, de Velásquez o de Goya. Se emociona también cuando habla de su profesión original, las Matemáticas; cuando menciona a Euler, el matemático suizo, o cuando habla de los cursos de Lógica durante sus años de profesor en la Universidad Nacional, donde también dictó Teoría del Color.
Alberto González es profesor de tiempo completo. Lo lleva en él. Y por esta razón cuando se retiró de la Universidad creó el Taller de Dibujo y Grabado que dirige desde hace más de veinte años con estudiantes jóvenes y mayores, ciudadanos ilustres y comunes y corrientes, que encuentran en: “ver, pensar, hacer”, la consigna del Taller, una manera de enfrentar las representaciones que impone el mundo de hoy.
“Ver, es apropiarse del mundo –dice–. Lo primero que hace alguien que inicia un dibujo es el contorno, no el volumen, las sombras o la expresión. Lo primero que ve es el contorno y eso es propio del cazador. El hombre ve la forma, ve la estructura y fija su ojo allí. El próximo taller de Dibujo, dice, empezará de esta manera: la primera clase será con modelo. El estudiante la observa y luego regresa a su lugar de trabajo, que no será el mismo donde está la modelo, a dibujar o pintar lo que vio. Quiéralo uno o no, se dibuja de memoria. Aun con la modelo en frente cuando bajamos los ojos al papel estamos recordando. La memoria visual se estimula por el detalle, como decía Cézanne: lo más importante es la pequeña sensación…”.
Cada año en el Taller trabajan un artista distinto. La elección depende de un evento, un aniversario, una exposición o un interés especial. Este año fue el El Durero por la exposición en el Museo del Banco de la República de Bogotá, a donde fue con un grupo de 25 personas. “… Una clase inolvidable –recuerda–, con las salas del Museo para nosotros solos”. Hace tres años trabajaron Goya con motivo de la exposición de los Desastres de la guerra; el año pasado Velásquez. “…Utilizo una técnica que se aplica poco y a veces se entiende mal: La copia inteligente. Se trata de copiar la obra de un maestro pero no como una copia literal, sino como una interpretación. Rubens copió a Caravaggio, Goya copió a Velásquez. Lo han hecho los grandes artistas. Es uno de los ejercicios que practicamos. Su finalidad es aprender a pensar, a hacer y, en definitiva, a ver. A los doce años, Mozart compuso la Misa en do menor, era un genio; sin embargo, no dejó de estudiar a Bach. Lo copió, lo transcribió y aprendió. Júpiter, la Sinfonía 41, es un homenaje a Bach. Así seamos muy talentosos no podemos dejar de estudiar a los maestros porque no estamos inventando el mundo…”.
Conversar con Alberto González es un permanente tránsito por los caminos del dibujo, el grabado, la pintura o la emoción que le produjo una obra como Las Meninas, que vio por primera vez en el Museo del Prado de Madrid, cuando aún corría la era franquista. La manera como estaba expuesta lo llevó a plantearse, quizá no por primera vez pero sí con claridad, el significado de la representación que hace de esta pintura una obra única: dónde está la obra, dónde el espectador.
Le pregunto desde cuándo dibuja y me responde con naturalidad, “…desde siempre… Mi padre era músico y cantante, mi tío era pintor, mi madre me inició en las lides del dibujo y aprendí a escribir dibujando las letras, me aplicaba a dibujarlas tan perfectas como fuera posible. Un día me pareció ver un pedazo de alacrán en un accidente de la pared en la casa donde vivíamos en Manrique y me propuse dibujar lo que faltaba hasta completarlo, cuando lo tuve listo llamé a mi papá y le mostré el alacrán, lo primero que hizo fue destriparlo con el zapato. … Ese día fui dibujante…”.
Después fue músico, tocó el clarinete en la Orquesta Sinfónica; y también matemático de la Universidad Nacional, con posgrados en Lógica Matemática en Estados Unidos, Italia y Francia.
“En el Taller es importante que los estudiantes elaboren un juicio crítico autónomo sobre: qué veo, lo que veo me interesa, por qué me interesa, cómo lo estudio, cómo lo contemplo. Es un proceso, no se trata solo de si me gusta o no me gusta. Por eso insisto en exposiciones como la de El Durero, un artista que ve el mundo de hace quinientos años casi como un artista contemporáneo ve el de hoy. ¿Cuál es la percepción del mundo de los artistas, cómo lo viven, cómo establecen relación con lo que los rodea, la tecnología, el cine, las imágenes, los materiales? El computador más importante lo llevamos en el cerebro, tiene millones de conexiones que debemos retroalimentar y poner a funcionar…”. De todo eso se habla con Alberto González. Para hablar con él, lo mejor es ir a su Taller del barrio Manila. (T. 266 1001)