Por Luisa Fernanda Martínez
La última postal que recibió María Cecilia llegó de México en octubre de 2014. En ella aparece la imagen de un callejón estrecho, en Guanajuato, que separa a dos viejos edificios de pequeños balcones. Lo llaman Callejón del beso. En la postal, su sobrina María del Carmen le cuenta que allí vivía una pareja de enamorados. La casa del novio quedaba al lado de la de su amada, y en cuanto el padre de la novia se enteró de aquel amor, prefirió matar a su hija con una daga.
Esta es una de las más de mil quinientas postales con historias que María Cecilia Posada, a sus 79 años, ha coleccionado desde el año 2000, cuando María del Carmen y su esposo Hernando se fueron a vivir a Rochester, Minnesota, en Estados Unidos. Hernando es ejecutivo de la multinacional IBM, lo que les permite viajar y enviarle postales a María Cecilia desde los más bellos y remotos lugares del mundo.
Pero la costumbre de enviar y recibir postales la comenzó ella misma en 1957 cuando se fue a Filadelfia. También lo hizo desde México, donde vivió con su esposo, y desde otras ciudades latinoamericanas y europeas.
A Cecilia siempre le gustaron las tarjetas de todo tipo y ponerles mensajes propios, y a diferencia de quienes las leen y las rompen, ella las colecciona. Luego a “Chila” o Chilita”, como la llaman con cariño en casa, se le ocurrió hacer sus tarjetas personales. Le gusta escribir “a la moda antigua”: a mano, con una caligrafía cuidada, sin torcerse (para lo que traza renglones) y, sobre todo, con ortografía.
No le gusta escribir “TQM”, o esas abreviaturas que se usan en los celulares. Prefiere escribir “Te quiero mucho”. Y es que disfruta sentarse, pensar y escribir. Lo hace en un espacio de su clóset, en el vestier de su habitación, en donde tiene marcadores y lapiceros de todos los colores, sellos y stickers.
Una colección de más de 1500 postales enviadas desde los más bellos y remotos lugares del mundo durante los últimos 14 años
Pero, además de eso, esta mujer tiene una pasión excepcional por la fotografía. ¡Y qué fotógrafa! Es como un paparazzi que anda siempre con su cámara en la cartera para capturar los momentos especiales y espontáneos de sus seres queridos. Luego, estos reciben con grata sorpresa las fotografías en tarjetas con singulares mensajes que más parecen pequeñas crónicas. Por ejemplo, de cumpleaños, su hijo Tomás ha recibido tarjetas en donde se ve de niño en bicicleta, a sus 53 años en bicicleta, recién nacido en México, y haciendo morisquetas pequeño y chistes de grande, con el rótulo “Genio y figura”. Lorena, su hija, tiene tarjetas con fotos de su noviazgo, de su primer aniversario de bodas, del día de la madre, viendo televisión, enferma… Una vez se fracturó una pierna y más tarde recibió una carta con las imágenes de ella caminando, en el suelo y después recuperada, que decía: “Un tropezón cualquiera da en la vida”.
Los nietos de María Cecilia: Estefanía, de 23 años, Paulina, de 20 años, y Julián Ferrer, de 18, esperan en cada celebración especial, en vez de un regalo, su tarjeta. Hay fotos de Stefanía niña “haciendo mala cara”, del primer día de clases de Paulina, de la graduación del colegio de Julián… Con una tarjeta Estefanía recibió la noticia de la muerte del pececito que le regaló seis meses atrás a la abuela. Le tomó la foto al pez muerto y le escribió: “Requim cantim paz. Lalo se fue a una mejor vida”.
Tiene una“álbumteca”. Detrás de cada fotografía detalla fecha, nombre y lugar. Si alguna no está, anota: “Falta foto de Estefanía en pañales”. Cuenta que sus nietas ya están cansadas de que les tome fotos, pero lo cierto es que adoran esos recuerdos. “Me dicen: ‘abuelita no más’”. -“Es que las necesito, las necesito”, les responde con gracia. Estefanía recuerda que cuando eran niñas y su mamá iba a recogerlas a la casa de la abuela, las encontraba disfrazadas y con flores en la cabeza. “¿Qué están haciendo?”, les preguntaba. “Mami, la abuelita nos está tomando fotos”, era la respuesta recurrente.
Cecilia, viuda hace varios años, vive con su hijo Tomás, quien la ve tomar fotos desde la ventana de su apartamento en El Poblado. Eso sí, no le gusta que la fotografíen y aveces se oculta en sombreros y gafas. Por estos días Etefanía buscó entre cajones y álbumes las tarjetas que pudo. De Rochester, enviaron las fotos de las cartas y del mismo sobre de manila que ha ido y vuelto de Estados Unidos estos últimos 14 años. Lo hicieron para rendir un homenaje a su abuela con este artículo. Admiran que conserve la costumbre de enviar y recibir postales vía correo aéreo y que no se deje seducir por la tecnología. Han tratado de convencerla de usar un iPad o un smartphone, pero dice que no hay nada como las cartas o las postales.
“Queremos decirle que nos sentimos muy orgullosos por lo que nos ha enseñado todo este tiempo: el valor de los detalles hechos con amor y dedicación”, expresa Estefanía, para quien Cecilia es su ejemplo y mejor amiga.
Para esta Navidad, escribirá a solas en su habitación sus mejores tarjetas. En Noche Buena, la familia se reunirá y alrededor de la abuela esperarán ansiosos, cuando esta, con su voz pausada y alegre, los empiece a llamar: ¡Lorena!, ¡Paulina!, ¡Estefanía!…