Un laboratorio de ideas

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En Bodega/Comfama once artistas presentan sus visiones de la ciudad, la seguridad, la vigilancia digital y el contrato social. Un diálogo con múltiples interpretaciones.

Como si fuera un gran foro, once artistas de distintas nacionalidades se reunieron en un programa de residencia que los llevó a permanecer, entre el 31 de enero y el 17 de febrero de este año, en un camping en la Bodega/Comfama, ubicada en el Distrito Creativo del barrio Perpetuo Socorro.

La convocatoria llegó de dos organizaciones internacionales: el Instituto Edgelands y el Proyecto Matza. Y reunió a los artistas Onyis Martin y Ogutu Muraya, de Kenia; Sandrine Pelletier, Valentina Pini y Julie Semoroz, de Suiza; y Angélica Teuta, Sara Arango, Alejandro Duque, Felipe Castelblanco, Tatyana Zambrano y Margarita Pineda, de Colombia. En ese territorio común ellos evidenciaron un diálogo sin par. Debate, reflexión, pregunta, creación.

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Pérdidas – Espectros de información, de Sara Arango Franco. Collage digital hecho en Python, con datos abiertos e imágenes sobre la violencia en Colombia.

Cuatro acciones que dieron impulso a este singular encuentro que tuvo múltiples propósitos, sin embargo, hubo un tema central: el futuro del contrato social en una época en la que los esquemas de seguridad urbanos y rurales vienen acompañados con la vigilancia digital.

Margarita Pineda, una de las integrantes de este grupo, señaló que la mirada del artista posibilita observar fisuras que no son tan evidentes. De alguna manera, desde el arte se hace visible lo invisible. Y cuando se tiene un grupo de once personas mirando de otra manera, lo sensible y lo racional se unen para transformar, sugerir, evidenciar y evocar.

La sombra en la oscuridad se pierde, video e instalación de Felipe Castelblanco, con la participación de varias personas invitadas a participar de la propuesta y componer una canción, como un monumento musical.

Quien recorra la exposición, abierta hasta el 20 de marzo, puede escuchar los sonidos urbanos recogidos gracias a bandas electromagnéticas, esos que no se perciben, sin embargo, están allí, en la obra de Julie Semoroz titulada Umbral; puede reflexionar sobre la crisis de la educación y, en general, de la sociedad y su futuro, a través de antiguos pupitres que parecen pedir una reivindicación o un descanso desde una altura imposible, en la instalación de Onyis Martin. El colombiano Felipe Castelblanco invitó a un grupo de personas, entre ellas al rapero Tráfico, a componer una canción para un video producto del consenso, en la propuesta nombrada La sombra en la oscuridad se pierde.

La convocatoria para la residencia de estos once artistas de distintas nacionalidades llegó de dos organizaciones internacionales: el Instituto Edgelands y el Proyecto Matza.

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No somos soberanos, así se titula la obra de Margarita Pineda, en la que, como los demás, tiene el tema de la vigilancia y el control como punto central, sin embargo, ella enfatiza en los pactos barriales y de vivienda. Una publicación, unos dibujos, un taller hacen parte de su trabajo.

Lo humano convertido en dato

Hay una especie de vértigo en estas obras, como cuando nos paramos frente unos espejos como cascada en los que nos vemos reflejados y que son como metáfora del panóptico. La plasticidad y el drama habitan la escultura de Sandrine Pelletier. O, como cuando, sentados en el centro, nos dejamos rodear por variadas plantas en un delicado canto a la naturaleza, que trae Angélica Teuta, quien hace pensar en los antiguos reunidos en torno al fuego. Otros temas convocan: la reforma agraria y las grandes utopías, en Tatiana Zambrano, quien en Banana Valley refiere a la ilusión de lo absurdo.

Hay referencias explicitas a las altas tecnologías en seguridad y a los centros unificados de mando, con las rupturas que implican frente a lo humano convertido en dato, en los mensajes desde el arte de Alejandro Duque y Sara Arango. Incluso, Valentina Pini, al observar los rollos de adhesivo con los que se marcan algunas frutas, piensa en nuestra riqueza natural, en el consumo y en la basura, a través de sus objetos escultóricos. Y Ogutu Muraya propone un juego de roles a partir de una serie de antihéroes enfrentados a temas complejos como la desconfianza, el miedo y la des/armonía en los terrenos comunes.

Banana Valley, instalación de Tatyana Zambrano y Hernán Rodríguez. Metaverso, tres canales. Reflexión sobre la Reforma Agraria y la “ilusión de lo absurdo”

Edgelands y Matza se unieron para esta propuesta e iniciaron un trabajo colaborativo en Medellín a partir de la reflexión sobre los terrenos comunes, la seguridad y el control. Este es el inicio de un circuito de cuatro años que recorrerá otras siete ciudades del mundo. Arte y sociedad unidos en propuestas colectivas de largo aliento.

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