Un político de larga duración: 32 años como concejal. El recinto de sesiones está a 32 pasos de su casa. Suma 32 años de casado, y todos se hacen lenguas de su carisma y bondad. Se los presento.
“Cómo no lo voy a conocer, si el cupo de este taxi me lo ayudó a gestionar don Luis hace como 25 años”, me contesta un taxista, y me explica que los concejales ayudaban con este trámite.
“Lo conozco desde siempre, muchos años como concejal, muy servicial”, me dice el doctor Duván Ospina, director de la Biblioteca José Félix de Restrepo. A su turno don Oscar Cuartas, presidente de la Junta de Acción Comunal San José – La Estatua, dice que no solo bebía aguardiente con él, sino que ayudó para abrir una vía y despejar ese laberinto que era el barrio a finales de los años setenta.
El popular Luis Felipe Correal Vélez tiene una colección de récords: 32 años ininterrumpidos como concejal de Envigado (aunque le salió un “gallo tapao” en Chinchiná -Caldas-, pues según la Federación Nacional de Concejales, Jair Arenas Ruiz lo fue durante cincuenta años); 28 como novio de la niña Isabel Restrepo, con quien se casó hace 32 años, para sumar 60 de conocidos. Era el edil que “más lejos” vivía del edificio del Concejo: ¡a 32 pasos! Otra marca: pregona que -con Isabel- “no hemos tenido ni la más mínima discusión en todos estos años”, afirmación que, en otro momento, me reafirma la señora de Correal.
Don Luis hace memoria: “Yo la conocí -a Isabel- de 16 años, cuando yo tenía 21; ya tiene 76 y yo tengo 81”. Preciso en sus cuentas. Atributo con que se ganó la vida durante muchos años, haciendo declaraciones de renta. Este bachiller confiesa que fue asesor tributario (y también manejó taxis y buses; fue obrero de Coltejer); hizo cursos de contaduría en el Instituto Comercial Antioqueño.
Asegura que podía elaborar unas mil ochocientas declaraciones de renta en un año. “Me levantaba a las 4:00 a.m. y le tenía ocho o diez borradores listos a la secretaria, mientras yo llenaba otros; cobraba distinto precio: las sencillas a doscientos pesos y las más complejas a mil, dos mil, aunque tenía unas diez que cobraba a cinco mil porque eran calidosas”.
Como concejal (1976 al 2008) se ufana del trabajo armónico y la camaradería que lideró. En nueve ocasiones ocupó el cargo de presidente o vicepresidente. Siempre hizo parte de la comisión de presupuesto del municipio. “El último año no me eligieron, es la verdad. Entonces dije no jodo más”. Cuando ocurrió, mucha gente rodeó su casa, llorando, todo el mundo triste, me asegura doña Isabel. Él, como si nada, dijo parodiando a Darío Gómez que nada era eterno en el mundo.
“Honorable concejal”
Dejo que sea la señora Pilar López, secretaria auxiliar del Concejo de Envigado, la que resuma los adjetivos que abundan en boca de los envigadeños al mencionar el apellido Correal: “Un líder. Muy conciliador. Una persona demasiado amable y social. Porque nuestro concejo era ad honorem y eso es un verdadero concejal: no recibían ni un centavo por el servicio prestado a la comunidad. Es de esos viejos honorables concejales”, parece subrayarme: un título enaltecedor.
Agrega que representaba la transversalidad de la comunidad con el municipio. Analiza que ahora cada líder quiere montar su propio partido político; que realmente conservadores y liberales fueron muy amigos toda la vida, hasta que llegaron estas tendencias, había sobre todo mucho respeto y amistad. En Envigado son 17 los concejales, siempre con mayorías liberales.
Correal es un conservador de racamandaca, que no se la dejó montar de los liberales en el Concejo, me asegura la abogada Amparo Bustamante, entonces secretaria de la corporación: “Era un godito jodido pero buena gente”. Agrega que era muy templado para defender sus ideas, y que no permitía que jugaran con su situación de representante de una minoría política. Pero, en últimas, mantenía muy buena comunicación con sus contrarios.
En los años sesenta el Directorio Conservador local le calentaba el oído a don Luis Felipe con la oferta de reservarle la primera o segunda suplencia en las listas al Concejo. Pero su mamá -doña Rosa Amalia- le advirtió: “Usted no es suplente de nadie, sea principal”. En esas elecciones (1966) Correal pasó con su suplente. Y aquí llega la explicación de su popularidad: como concejal salía a empaparse de los problemas de las comunidades; a veces gestionaba materiales de construcción para las familias necesitadas. “Buscaba las cosas con Jorge Mesa Ramírez, mi gran amigo con quien yo partía un confite. Hacíamos la coalición dos personas: yo por el partido Conservador y René Mesa por el Liberal”.
Sin cama de cemento
Don Oscar Cuartas me confirma: Correal estaba pendiente de las juntas de acción comunal. “Además de la calle que ayudó a abrir, le agradezco las becas para mis hijos. Qué señor tan querido”, exclama, a pesar del azul y el rojo que los separa.
Le pregunto: siendo Envigado tan liberal, y usted tan godo en una época de crispación política, ¿cómo hizo? “Me encanta la pregunta. Desde que llegué al Concejo hubo mucho acuerdo con los señores liberales. Yo hice alianza con ellos y me acompañaron a liderar coaliciones, y manejamos el municipio bien, y se hicieron cosas buenas. Fue muy armónica la relación en todo ese tiempo”.
Quiero saber qué le dejó la política. “Satisfacciones”, contesta sin vacilar. Y cita larga lista de obras en las que tuvo injerencia, más las becas otorgadas, la vivienda gestionada, algún acueducto o alcantarillado barrial… “Yo terminé bachillerato por usted”, le reconoció hace poco una señora, en la calle.
Insisto: ¿qué es hacer política para usted? “Hacer política es ayudar, no he buscado beneficio para mí. Sino para la gente”, y relata que cuando la ampliación del actual pasaje de la alcaldía (carrera 43; allí vive) alguien le susurró que como concejal podía mover influencias para que no tocaran su casa. Despachó al fulano con su chispa habitual: “¿usted tiene cama de cemento? No don Luis, me contestó. ¿Por qué? Porque yo sí puedo correr mi cama lo que sea necesario”.
Y claro que tenía para dónde correr la cama, los cuatro antiguos escaparates -como los llama- de comino crespo, los nocheros arcaicos y todo el valioso museo que lo rodea. Casa solariega, de tapias y techo elevado, forrada en artículos de porcelana, imágenes de santos, muebles antiguos, todo antiguo, menos el jardín siempre florecido. Casa a tiro de declararse centenaria. “Mi papá compró el terreno a mis tías para hacerla”. Don Luis Felipe padre la hizo con derroche de espacios. Tal la amplitud, que don Luis se mueve en su silla de ruedas por todos los rincones, sin tropiezos. Me enseña su cama de hospital, con sistema eléctrico para adaptarla a sus necesidades. Me muestra otra, archivada luego de 25 años, cuando la salud se le fue a la oposición.
La cosa comenzó, cuenta, con un problema de diabetes, que descuidó. “Me mandaron droga, pero yo no iba a los chequeos, y cuando menos pensé ya tenía al médico diciéndome ‘ya no hay remedio, don Luis, hay que cortar el pie’”. Empezaron con el izquierdo, y a los dos meses fue necesario cortar el derecho. Me asegura, sin dramatismos: “Yo me defiendo. Tengo autonomía, no dependo de nadie; uno con esto sale (me señala su silla de ruedas) a pasear por todas partes”.
Pero es con la señora Isabel con quien, todas las mañanas, hace el paseo de rigor: “Vamos hasta el barrio San Marcos, subo por la once, damos la vuelta; otras veces subo hasta La Salle. Hoy fui hasta la Casa de la Cultura, salimos todos los días, regularmente, si no hay amenaza de lluvia”.
“Él no ha perdido su placer por la vida, su gracia, su humor”, me cuenta la señora Pilar. Termino con sus palabras: “Ella (la señora Isabel) es una mujer totalmente entregada a él. Siempre pendiente, observando qué quiere, qué necesita, ese es el verdadero amor para mí”. En general, si me atengo al consenso entre los envigadeños consultados, tengo que concluir que sí, que este es “un godito jodido pero buena gente”.