Entre las muchas maneras de definir a la cultura, existe una que alude directamente a la convivencia, porque es la manera en que cultivamos las relaciones con nosotros mismos, con los demás con la naturaleza.
Entonces, si las culturas son muchas, también son múltiples las maneras de entender la paz y hacer las paces. El peligro está entonces en ver solo una manera, la nuestra. Se trata más bien de aprovechar la gran riqueza de la diversidad, de la interculturalidad. Ahí está la verdadera potencia, en lo multifactorial.
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A partir de ese concepto amplio y rico de pluralidad cultural y convivencia, nos será más fácil cuidarnos, ponernos en los zapatos del otro y desarrollar la empatía, porque se confirma que todos tenemos esa habilidad social para ayudarnos, a la vez que crecemos en entendimiento. Tranquiliza bastante saber además que, si somos imperfectos e incompletos, esa paz construida entre todos también es, a su vez, imperfecta, porque es hecha por nosotros.
El cuidado se transforma entonces en una habilidad para aprender a vivir juntos, a progresar en la transformación pacífica de los naturales conflictos. Es entonces esa valiosa y humanizadora preocupación por los demás, el mejor de los entrenamientos en las competencias para un mejor vivir.
Una de las claves primordiales en la filosofía del cuidado es aprender a darle la voz al otro, conocerlos, escucharlos y superar la mirada arrogante de suponer el conocimiento de lo que ese otro desea o necesita. Nada mejor que la experiencia de compartir en los escenarios cotidianos de la vida: el trabajo, el vecindario, el estudio, la diversión. No temerle a la suma de razones y emociones porque vienen juntas y nos constituyen de igual manera.
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Es por eso que se dice que La paz, más que una utopía es un proceso, una reconstrucción de relaciones, muchas veces perdidas, que nos ayudan a mejorar los niveles de compromiso, porque todos los ciudadanos somos los verdaderos protagonistas políticos y morales.
Es necesario superar el vicio de la pasividad y negarnos a marginar el cuidado a la esfera privada, sacándolo a la calle, porque también allí se necesita con urgencia. Para reconfirmar esa necesidad, recordemos a la gran Adela Cortina: “Este reparto sexual de la vida humana, por el que la vida privada queda en manos de las mujeres y la pública en la de los hombres, ha perjudicado a las personas concretas de uno y otro género y, a su vez, a esas dos formas de vida, la privada y la pública… Perjudica a las formas de vida social, porque ni la vida privada es un dominio en que no sea necesaria la inteligencia, ni la pública es aquello en la que están de más la ternura y la compasión”.