Hoy me declaro como un “pesimista racional”. Difícil ser optimista, si sabemos que ya le causamos un daño irreversible a la atmósfera.
He estado un poco pesimista últimamente. Todos tenemos derecho a estarlo de vez en cuando. Un amigo siempre ha dicho que soy un “optimista racional” (del estilo de Steven Pinker y Hans Rosling). Tal vez lo era. Hoy me siento más bien un “pesimista racional”. Veo mejoramientos relativos, pero no absolutos. Veo algo de protección, pero no la suficiente. Veo algo de conservación, pero más destrucción. Veo esfuerzos de regeneración, pero les ganan los intereses extractivos. Muchos de los que hablamos de cuidar, proteger, conservar y regenerar, somos vistos como soñadores, ingenuos o alarmistas, categorizados inmediatamente en cierto espectro político o, algo bastante frecuente en nuestro país: asesinados.
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He tratado de seguir siendo optimista, de verdad. Al fin y al cabo, se vive mejor de ese lado. No es que en estos días simplemente me haya levantado de malas pulgas. Son tantas realidades, tantos hechos, tantos hallazgos que van abriendo el huequito, gota a gota. No son noticias amarillistas, publicaciones alarmistas o teorías de conspiración en alguna red social. Son ya trece años de dedicarme a estudiar los problemas ambientales, las dinámicas de la tecnología y el deterioro a la naturaleza. Son conversaciones con expertos, charlas con gente inteligente y sensata, intentos de dar una mirada objetiva a lo que sucede y esfuerzos bastante enérgicos por entender nuestro comportamiento.
Es claro que ya le causamos un daño irreversible a la atmósfera. Estudios globales sin precedencia han concluido que hemos transgredido varios de los otros límites que nos impone nuestro planeta y que estamos estamos cerca de transgredir los que quedan, de cruzar un punto sin retorno. Aunque no puedo negar que se han tomado unas cuantas medidas valientes, creo que el barco va muy rápido y desviado del curso. Gracias a la dependencia enfermiza de los sistemas que hemos creado, un timonazo repentino haría que la mayoría cayéramos por la borda. Por otro lado, un giro pequeño del timón no evitará que nos estrellemos contra el témpano. Háblenme de paradojas.
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Siempre lo he dicho: no tengo ni la energía ni las habilidades para movilizar a millones. Tal vez por eso, me ha tocado creer en las microrrevoluciones. Hoy, tristemente, debo reconocer que no creo que sean suficientes. Alivian el alma, dan cierta esperanza, pero no son suficientes. Sin embargo, seguiré aferrándome a ellas e invitando a otros a que lo hagan. Es lo único que me siento capaz de hacer por este planeta que tanto amo. Hay que oler el café en la mañana y reconocer que nuestra naturaleza va en contra de La Naturaleza. No se enojen conmigo. Enójense con quienes tienen el poder de hacer algo y deciden no hacerlo. Tal vez eso hará la diferencia.