Imaginémonos una campaña presidencial en la que primen los argumentos y se respeten las ideas. ¿Será posible, en este mundo complejo de desinformación y fake news?
Faltan 5 meses y 2 días para la próxima jornada de elección presidencial en Colombia, y ya los precandidatos están en el partidor. Cada uno de ellos sabe lo que les espera: jornadas largas de discursos, apretones de manos, picos (con tapabocas) a diestra y siniestra. Buen sueño, buena nutrición y mucha meditación, les recetan sus médicos. Pero, sobretodo, mucha paciencia.
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Es cierto: nunca ninguna campaña política ha sido fácil. Pero da la sensación de que cada campaña es más compleja que la anterior. ¿Por qué? Porque estamos ante una nueva realidad de las comunicaciones: la infodemia. Un término validado por la RAE en el 2020, para referirse “al exceso de información, en gran parte falsa, sobre un problema, que dificulta su solución”.
Ahora todos, ante la infodemia, tenemos la obligación de ser nuestros propios editores.
La desinformación no es un fenómeno nuevo; lo que sí es nuevo es el exceso. Estamos asistiendo a la última gran revolución de las comunicaciones: un cambio en el esquema de recepción y transmisión de contenidos, en el que predomina más la interacción que la transmisión unilateral. El nacimiento de la gran telaraña mundial, la World Wide Web (www), bautizada así por el británico Tim Berners-Lee, hace exactamente 30 años, permitió que los usuarios empezaran a intercalar el rol de emisor y receptor. Con el surgimiento de los blogs, en 1997, y la llegada de las redes sociales, con Facebook a la cabeza, en 2004, se “democratizó” el suministro de la información: todo el mundo cuenta cosas, para que todo el mundo las lea, las escuche y las vea.
¿Quién asume la responsabilidad? Lo nuevo, lo importante, lo necesario, es entender que la responsabilidad es compartida. Ahora los receptores-emisores-receptores debemos incorporar en nuestra vida cotidiana el hábito de filtrar y sopesar los contenidos que recibimos, verificar la fuente y preguntarnos si tiene o no sentido replicar cada mensaje que nos llega. Ahora todos, ante la infodemia, tenemos la obligación de ser nuestros propios editores.
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Qué bueno sería contar con una campaña decente, donde predominen los argumentos y no las percepciones; una campaña de ideas y no de reproches; una campaña en la que prime el respeto a las diferentes posturas, y no el interés de buscar la lama debajo de las piedras. Cómo juera, parce, diría Suso. Se vale soñar.