El 6 de mayo pasado falleció el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, autor de obras luminosas como El árbol del conocimiento y El sentido de lo humano.
Este maestro en el arte de explicar la vida nos deja profundas lecciones, que vale la pena mantener a la mano. Propuso un neologismo: lenguajear, para expresar la unión entre pensamientos y sentimientos a través del lenguaje. Su esfuerzo giró en torno a la imposibilidad de separar las ideas que se expresan de las emociones que la acompañan.
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En estos momentos de choque de verdades a medias que quieren imponerse, llega Maturana a recordarnos que cuando conversamos auténticamente, estamos respetando al otro, porque a su vez él nos respeta. No conversamos para que ese otro valide nuestra mirada, sino más bien para construir libremente acuerdos. Como quien dice, conversar no es convencer, porque implica vencer al otro. Lo fundamental entonces es que la palabra logre vencer a la fuerza. Cuando la fuerza no está en la palabra de alguna manera lo que se disminuye es nuestra condición humana, afirma Maturana. Entonces el vivir humano se da en la conversación, y por eso nos insiste en que la cultura es una red de conversaciones.
Existe una simpática definición popular de suéter como lo que la mamá le pone a uno cuando ella tiene frío. Aprovecho esa potente idea para seguir acercando algo de pedagogía de la Noviolencia. Es imposible saber qué quiere y necesita el otro si no le damos la voz y nos contentamos con suponer. Es por eso que es fundamental dar la palabra y atender con interés y respeto. Si nos paramos desde la arrogante posición de ‘opine todo el mundo, pero el que manda aquí soy yo’, lo único que alcanzaremos es más distancia, invisibilidad y maltrato, de todos los lados. Necesitamos que las partes en confrontación sean capaces de dejar en pausa sus supuestos, juicios seguros, interpretaciones, y sean generosos con la palabra porque el otro no es adivino.
La conversación es algo más complejo que el simplemente hablar, porque necesita adiestramiento que no cae del cielo. Saber preguntar para construir puentes de entendimiento nos va a permitir, por ejemplo, que la confianza maltrecha empiece a recuperarse. El encuentro entre distintos, para que sea legítimo, debe también ser compasivo, porque venimos en combo y los sentimientos y emociones no se pueden dejar a un lado para que no estorben a la razón.
Ese es el lenguajear del que habla Humberto Maturana. Cabeza y corazón actúan en dúo legítimo y potente a través de las palabras, danzan sin protagonismos para construir una versión unificada de nosotros mismos. Es por eso que también es clave mantener y cuidar la naturalidad, para no caer en la tentación de decir lo que el otro quiere oír y no lo que nuestra conciencia va construyendo. Es lo que se conoce como presunción de veracidad. Si la riqueza realmente está en la diversidad y no en la homogeneización, entenderemos que lo que aparece como ruido, como contrario, llega para agregar luz del lado que no vemos.
Conversar es como bailar sin que nadie pise los pies del otro ni le impida su libertad expresiva. La armonía y el ritmo serán el resultado del trabajo colaborativo. Imposible no recordar esa imagen poderosa de Gadamer cuando recuerda que conversar es como aserrar entre dos, donde es imposible afirmar que uno lo hace mejor que el otro.
Una de las ideas más potentes de la Noviolencia, que lo es también de la filosofía del cuidado, es el no daño, y es por eso que Gandhi dice que se necesitan mente, corazón y manos pacíficas. Porque con buenas intenciones no basta, y por eso es necesario cuidar de manera especial nuestras acciones y comportamientos. La fuerza del ejemplo le gana a cualquier oratoria posible, porque es ahí donde demostramos con coherencia nuestras ideas del mundo y de los otros. Como dicen por ahí, el verbo puede con todo y por sus acciones los conoceréis. Obviamente que si a intención agregamos buena acción el efecto se multiplica, generalmente para bien.