Una conversación de paz, en lenguas ancestrales, en medio de un país ofuscado. Los diálogos con la minga indígena en Antioquia dieron ejemplo.
No fue solamente un acta con rúbrica, sello y publicación en el diario oficial. Fue un Acuerdo con corazón bueno para todos. En lengua embera: AMBUA NÊBURUDAI SÔ BIA-DE JØMAÛR ITA. Después de dos días de diálogo intenso y respetuoso, la minga indígena antioqueña regresó a su territorio, con 58 pactos en temas de educación, salud, vivienda, medio ambiente y derechos humanos.
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A un mes del inicio del paro nacional, en Antioquia se impuso el diálogo. Los pueblos indígenas se juntaron y vinieron en paz a Medellín, donde fueron recibidos con generosidad y con respeto por la ciudadanía, y, hay que decirlo, por la alcaldía y la gobernación.
Dimos ejemplo: mientras el país está apenas estrenando la conversación, en nuestra ciudad los compatriotas de los resguardos tradicionales fueron escuchados. Porque de eso se trata. Dialogar es establecer una conversación incluyente. Así lo define PNUD -Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: “El diálogo reúne a un conjunto diverso de voces para crear un microcosmos de la sociedad en general (…). El proceso no implica solamente sentarse alrededor de una mesa, sino modificar la forma en que las personas hablan, piensan y se comunican entre ellas”.
Y ese fue el espíritu de la negociación con la minga indígena de Antioquia. Así lo narró el gobernador encargado, Luis Fernando Suárez: “Decidimos encabezar el acta de los acuerdos en lengua embera, para enfatizar nuestra determinación de reconocer a los pueblos indígenas como sujetos de derechos, con la convicción de que cuando miramos al otro, cuando lo nombramos y reconocemos, lo dignificamos”.
“Reconocer implica respetar: considerar al interlocutor como una persona válida, en la posición en la que está, es decir, en su condición de ser humano y ciudadano”.
Reconocer, es decir, volver a conocer, examinar cuidadosamente para entender. Y ese “entender” no significa tolerar, una palabra en la que caemos con frecuencia cuando nos referimos a la relación que debemos establecer con “el otro”. Tolerar a alguien es “llevarlo con paciencia”, como si nos ofuscara su existencia, su permanencia en el mundo.
Reconocer implica, en cambio, respetar: considerar al interlocutor como una persona válida, en la posición en la que está, es decir, en su condición de ser humano y ciudadano. Un concepto que aplica por igual para la conversación con personas de diferente condición de raza, situación económica, nivel educativo, preferencia sexual…
La comunidad LGTBI, por ejemplo, lo tiene muy claro: su lucha es por “el derecho a la indiferencia”, es decir, que a la sociedad le sean indiferentes su intimidad y sus preferencias sexuales para reconocerlos como seres humanos y ciudadanos con igualdad de derechos.
Por eso fue posible la conversa con la minga indígena en Antioquia. En la mesa, los líderes de los pueblos Embera Eyábida, Chamí, Dóbida, Senú y Guna Dule aceptaron departir con los funcionarios públicos de Medellín y Antioquia, y ellos, a su vez, los escucharon con respeto. Esta vez, primó SÔ BIA, el corazón bueno.