Por Lina María Aguirre Jaramillo
La equidad de género es, ante todo, un derecho humano. Hombres y mujeres tienen el derecho de vivir dignamente sin persecución ni miedo por causa de su respectivo género. Así que al hablar de “Equidad urbana para el desarrollo – Ciudades para la vida”, el título de la séptima versión del Foro Urbano UN-Habitat WUF7, es indispensable discutir sobre cómo va una ciudad en este terreno. En el documento conceptual se advierte: “Las inequidades (…) persisten en muchos países y contextos”, citando tasas más bajas de acceso a la educación secundaria, al empleo decente, a la representación política y la correlación género-pandemia del VIH. La premisa clave para discutir es que la equidad es un pilar en el desarrollo y por ello no solo es una de las ocho Metas del Milenio, sino que se le reconoce como una fundamental para conseguir las otras siete.
En ese escenario, ¿qué pasa con las mujeres? Que un número mayor, en términos globales, vive en condiciones en las cuales ese derecho es vulnerado de forma consistente y mediante prácticas diversas. El Fondo de las Naciones Unidas para la Población (Unfpa) asegura que la “discriminación en contra de mujeres y niñas -incluyendo violencia de género, discriminación económica, desigualdades en salud reproductiva y prácticas dañinas tradicionales- continúa siendo una de las formas más pervasivas y persistentes de inequidad”. Cuando las mujeres están en condiciones de equidad, de desarrollar todo su potencial (“empoderamiento”), los prospectos mejoran para comunidades enteras con efectos revisables que benefician a la siguiente generación.
En América Latina, el informe presentado por un grupo de agencias de las Naciones Unidas en enero de 2014 llama la atención sobre la brecha persistente entre hombres y mujeres en términos de trabajo y equidad. El Informe no desconoce progresos hechos en la región y el hecho de que más de 100 millones de mujeres de A. Latina y el Caribe se hayan incorporado a la fuerza laboral en la última década pero alarma sobre las condiciones que relegan a las mujeres por prejuicios y discriminación.
Mientras el porcentaje de mujeres cabeza de familia creció del 22% en 1990 al 31% en 2008, las mujeres ganan entre el 60 y 90% del salario promedio de los hombres. Más mujeres (86% en Guatemala, 74% en México y Uruguay) dedican más tiempo a actividades no remuneradas. Un 54% labora, pero en el sector informal. Las mujeres de la región tienen el doble de posibilidades que los hombres de tener que trabajar sin pago. Cuando se revisa la situación a lo largo de todo el continente americano, una variable constante es que también existen enormes inequidades entre distintos grupos de mujeres, siendo el origen étnico, la condición urbana o rural, la condición de residente o migrante e incluso la condición de tener o no hijos, factores que inciden en la disparidad.
La calidad de oportunidad y progreso laboral está directamente relacionada con las posibilidades de desarrollo real de un país, y esto involucra las posibilidades que tienen las mujeres en un país de la región, como Colombia y una ciudad como Medellín, en donde también es necesario -y a propósito de la agenda del Foro Urbano- revisar las ideas sobre el lugar y el papel que las mujeres ocupan o deberían ocupar en la sociedad.
Es posible que desde la comodidad de un café ‘neohipster’ en Medellín, algunas de estas cuestiones parezcan abstractas o distantes. Pero no lo son. Las condiciones previstas, deseables, reales de las mujeres en una ciudad conciernen a toda la sociedad. Cuestiones como la situación de mujeres expuestas, participantes y víctimas de acciones delincuenciales desde el menor a mayor grado en todas las comunas; los escenarios que enfrentan las mujeres en el trabajo, tanto en el sector público como privado; los riesgos de discriminación pura y dura, tanto como aquella más sutil o condescendiente; la presencia o ausencia de modelos de liderazgo visible femenino fuera de pasarelas –por ejemplo en la ciencia–; las diversas formas de violencia física y/o psicológica, relegación o directo menosprecio que no distinguen clase social; la puja por el dinero y el mostrar el dinero. Están también temas que ocupan debates internacionales, como el sexismo casual de cada día que no es inofensivo, el de la provocación indecente vestida de ‘piropo’, el de la presunción de que cualquier avance sexual conseguido, incitado o aceptado por una mujer le niega a ella el derecho a parar en cualquier momento sin tener que temer un asalto físico indeseado.
En el contexto de ciudad y equidad es necesario también preguntarse por la forma como las mujeres enfrentan, concilian o no las consecuencias de mayores conquistas, derechos y autonomía con su entorno social, cultural y económico, y si van a un compás similar hombres y mujeres en Medellín. ¿Y cómo está la salud? ¿Sufren ahora las mujeres que habitan la ciudad más enfermedades por razones de angustia, estrés, incertidumbre económica, afectiva? Ya se sabe, la cuenta de ahorros en negro no blinda contra el rompimiento emocional.
¿Cómo viven las adolescentes y jóvenes de Medellín?
Probablemente no expuestas a mutilaciones o matrimonios forzados por norma, como en otras partes del mundo. Pero es importante indagar qué pasa entre muros de Facebook que se pueden convertir en muros de miseria, insultos, ‘matoneo’, detonantes de desórdenes psíquicos y físicos –también sin distinción de clase social–. Cuando hay múltiples sitios web que ofrecen todo tipo de acompañantes y servicios sexuales femeninos en Medellín a clientes extranjeros (la ciudad figura alto en las búsquedas de turismo de este tipo y de ‘novias por correo’) con la correspondiente generalización estereotipada que puede generar el hecho, crecer y formarse en la crucial etapa veinteañera debe suponer preocupaciones nuevas para formular en voz alta. Es razonable pensar que algunas personas encontrarán disonante las imágenes publicitarias de la ciudad con las imágenes reales captadas en algunos parques y sitios de ocio.
De hecho un periodista español, y uno que ejerce lo que podría llamarse ‘galanteo castellano’ y no es propiamente conservador en sus opiniones, comentaba en una conversación personal, y bajo condición de no revelar su nombre, que había encontrado profundamente perturbadora la idea de que un DJ en una discoteca pudiera conseguir tanto eco en su grito “¡viva la silicona!” y que ese “viva” se replicase tranquila, calladamente en la calle sin que hubiese “una discusión, una campaña en medios, en las agencias públicas, debates universitarios, grupos de cabildeo entre estudiantes, entre alguna organización de mujeres”.
La palabra ‘feminismo’ puede tener mala prensa y abundan mitos germinados en prejuicios. Quizá representa para algunas personas la idea de señoras lanza en ristre, sofocadas, muy pagadas de sí mismas, terriblemente sexistas a su vez, por una propensión a subestimar a sus pares masculinos, o “feas”, o incapaces de disfrutar “buen sexo” o simplemente que “no se depilan”. Curiosamente, en esta ciudad –en la cual una parte de su población con mayores accesos a la información internacional y con hábito de calcar algo de lo que ve afuera aquí a como dé lugar– no ha calado aún la interesante discusión acerca de una nueva ola del feminismo siglo 21. Con o sin lápiz de labios, asuntos formales sobre la equidad o no en la situación de las mujeres son hoy tenidos como determinantes para el desarrollo real. Muy afortunadamente, en esa agenda internacional están participando en forma activa hombres de diversos caminos de la vida. A ellos se les debe un reportaje también, más cuando se sabe que el cromosoma Y de la masculinidad parece estar a salvo, según científicos de la U. de California en Berkeley en una investigación de Plos Genetics el pasado 6 de enero (algunos estudios recientes anticiparon su posible desaparición al haber perdido más del 90% de sus genes en millones de años de evolución). Pero ese es otro tema.
Ahora, la equidad real de género será otro tema para seguir cuidadosamente en el desarrollo del WUF7, mientras será interesante también el día en que se vean también mujeres en sendos despachos principales de La Alpujarra, en las rectorías de acreditadas universidades o presidiendo las empresas insignes cuyas asambleas de accionistas se convocan por estos días, y las cuales encabezan la alianza público-privada de respaldo al Foro.