La idea había surgido una década atrás, promovida por Benedicta Zur Nieden, viuda de Diego Echavarría Misas, filántropo y melómano, cuyo secuestro y asesinato conmovieron al país en 1971. Doña Dita convirtió la idea en una fundación y en 1982 entre 40 y 50 niños, que para el tipo de aventura educativa eran más bien conejillos de Indias, empezaron su preescolar en el Instituto Musical Diego Echavarría.
La primera sede del colegio, cedida en comodato por el Municipio, fue la actual Estación de Policía de El Poblado. Cuando el comodato terminó en 1985, 99 años antes de lo previsto gracias a una reversa de la Alcaldía, el proyecto estuvo a punto de sucumbir. Pero las crisis sirvieron para que en esos años iniciales el instituto se depurara y mejorara su propuesta. Protagonista del cambio fue su directora ejecutiva actual, Inés Giraldo, en ese entonces una madre de familia terca e insistente, quien tomó las riendas de la institución cuando más de uno era partidario de cerrarla.
Su primera tarea fue conseguir un director musical, papel que asumió en 1985 la maestra Cecilia Espinosa, recién desempacada de estudiar música en Boston, y quien diseñó el currículo de la institución, con un fin primordial: que los alumnos no sufrieran jamás lo que ella vivió en Estados Unidos por no haber tenido en Medellín una formación musical oportuna.
Por esos días, en el año 86, la Alcaldía se reivindicó con el Instituto Musical Diego Echavarría al declararlo Patrimonio Cultural, lo que le permitió consolidarse y adquirir la sede donde funciona desde el año 88, en la Vía Las Palmas.
De conejillos a estrellas
“En el 93 nos declararon Innovación Educativa -dice su directora Inés Giraldo-. Tenemos el currículo de cualquier colegio y además un currículo musical, el necesario para que los niños adquieran un código musical que luego pueden utilizar y diversificar. Esto significa que pueden dedicarse a la música clásica, a la música popular -pero bien hecha y bien interpretada- al jazz o al folclor, entre otros, de manera destacada”.
Sin duda, porque entre esos conejillos de Indias del 82, a quienes Inés vio crecer, estaba un niño “tenaz, persistente e intenso”: Carlos Federico Sepúlveda, hoy director coral y orquestal de reconocimiento mundial, graduado con honores en Viena, especialista en música antigua y con muchos pergaminos a cuestas para solo tener treinta años: director de la Orquesta Sinfónica de Yucatán; la Sinfónica de Colombia, la Orquesta de Cámara de Antioquia, la Orquesta de la Radio de Viena, la Orquesta de la Radio de Bratislava, la Orquesta del Festival de Waterford, en Irlanda; la Orquesta de Rheinfelden, en Suiza. Es profesor de la Schola Cantorum Basiliensis y está terminado el doctorado en musicología, en Viena. Hoy es profesor invitado de varias universidades de Bogotá, donde además dirige el proyecto cultural “Música antigua para nuestro tiempo”. Con escasos 1,60 metros de estatura, pelo abajo de los hombros y cara de niño genio y mal genio, al verlo dirigir la orquesta de su institución durante el reciente concierto de aniversario, es inevitable tratar de imaginarlo cuando era apenas un pequeño alumno. Debió haber sido igualito pero sin barba.
Cosecha con creces
Pero Carlos Federico Sepúlveda no es la única estrella egresada del Diego Echavarría. Tras él salió el considerado por la crítica europea como “el milagro de Viena”: Andrés Orozco, director orquestal graduado en Viena pero oriundo del barrio Manrique, donde desde los tres años acostumbraba dirigir con una batuta imaginaria un concierto de Mozart que sonaba en el casete de una vieja grabadora. Hoy es director de la Orquesta Sinfónica de Graz, en La Meca de la música clásica, director asociado de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, y ha sido director invitado y aclamado en numerosas orquestas de Europa.
Gracias al Instituto Diego Echavarría, inclinaciones musicales como las Carlos Federico y Andrés, por solo citar algunos, no se dilapidaron, y batutas o instrumentos imaginarios no se quedaron en anécdota familiar.
En 25 años de historia, el Instituto Musical Diego Echavarría ha graduado a 100 bachilleres, entre ellos el violinista y director cinematográfico Santiago Trujillo, las pianistas Ana María Orduz y Alejandra Restrepo, la violinista Ana Cristina Rodas y muchos más que también prosperan en otras áreas, “gracias a que la música les desarrolló el hemisferio derecho del cerebro”, asegura su directora.
Hoy tiene 155 alumnos, quienes cuentan con la envidiable cifra de 20 profesores de música y 17 para áreas regulares. Por eso cuando sus amigos ven a Inés Giraldo hacer fuerza por la plata y milagros con el presupuesto, le aconsejan: “Métale más alumnos que a eso lo que le falta es gente”. Ella hace oídos sordos y sigue dando la pelea, porque en el Diego Echavarría tienen desde el inicio la certeza de que el arte no se hace en masa, y la experiencia les ha demostrado, con creces, las bondades de ser un colegio pequeño.