“Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de “rosa” está la rosa, y todo el Nilo en la palabra “Nilo” “. El Golem, Jorge Luis Borges.
A punto de cerrar el año, inevitablemente reflexiono sobre cómo calificar el 2024. Pienso en encontrar una palabra que encapsule, de manera simple, la realidad vivida. Surgen vocablos y significados, y rápidamente llega a mi mente que este ha sido un año, cuando menos, convulso. No solo por los hechos sociales y políticos que vivimos como colombianos—que nos sorprendieron y, paradójicamente, adormecieron—sino también por un contexto internacional compuesto de situaciones recurrentes que cuestionan los ideales que creíamos compartir como principios del desarrollo global.
La persistencia de conflictos bélicos, llenos de miedo, ambiciones desmedidas y asimetrías, se presentan como teatros de barbarie. Condenan a la muerte, o a una vida deshumanizante, a cientos de miles de personas en Gaza y Ucrania. Guerras cuyo único fin aparente es el exterminio o la imposición forzada de nuevas realidades geográficas y políticas, en un claro intento de anular al otro. Siembras de odio, que germinarán con plena efectividad.
En el ámbito político, sorprendió (para desconcierto de algunos) el descaro electoral en Venezuela. La grotesca forma en la que se roban los sueños de un pueblo entero, alerta al mundo y revela, nuevamente, la fragilidad de las instituciones democráticas. Mientras tanto, las banderas programáticas que eligieron al nuevo gobierno en Estados Unidos parecen ser la antítesis de los ideales occidentales que durante décadas representaron progreso internacional: ciencia, cooperación, equilibrio de poderes, libre comercio, libertades individuales y respeto a la diversidad cultural.
En Colombia, las polémicas en el sistema de salud comienzan a pasar factura, especialmente a pacientes con enfermedades raras y de alto costo, generando un riesgo sistémico sin precedentes. La crisis de confianza ahuyenta a los actores privados del sector, un patrón que se replica en otros segmentos estratégicos y vitales de la economía. En un ambiente de profunda incertidumbre y poca colaboración, que baja la moral de la iniciativa privada tan relevante para el progreso social.
Adicionalmente, la seguridad se ha deteriorado. En todo el país se han multiplicado y fortalecido los grupos armados. Actualmente hay al menos nueve procesos de paz, todos en estado crítico, según la Fundación Paz y Reconciliación y con poca visibilidad y entendimiento para la opinión pública. La cifra de 253.000 hectáreas de coca sembrada, la más alta en dos décadas, refleja una realidad preocupante que carece de soluciones claras.
En nuestra ciudad, aunque recuperamos poco a poco la confianza, los retos enormes y estructurales persisten. Uno de cada tres hogares enfrenta dificultades para acceder a tres comidas diarias; la insatisfacción con los servicios de salud alcanzó un 27 %, su nivel más alto en años; y la satisfacción con la educación pública cayó del 74 % en 2023 al 64 % en 2024. Este panorama es un llamado urgente: los avances no están siendo proporcionales a las demandas sociales.
En este 2024, ni siquiera Corea del Sur, que idealizamos en nuestro paradigma criollo de progreso, escapó a la convulsión. Enfrentó una crisis institucional sin precedentes que terminó con la destitución de su presidente tras intentar declarar la ley marcial para sortear su crisis interna de gobernabilidad.
En este punto quiero llamar la atención. Esta columna no es sobre un 2024 para lamentar. Por el contrario, es sobre la posibilidad de aprender de sus convulsos hechos. Como dijo Estanislao Zuleta en su ensayo el elogio de la dificultad, en ocasiones deseamos mal. Soñamos con paraísos aburridos, océanos de mermelada; que más allá de representar ideas inalcanzables de plenitud, desdibujan el sentido del camino que recorremos.
Son las dificultades y los retos los que llenan de sentido y capacidades nuestras vidas. Los aprendizajes más valiosos provienen de esas experiencias desafiantes y de nuestra capacidad para crecer y adaptarnos. Al escribir esta columna, celebro 36 años de haber nacido en esta ciudad, en una época llena de furia, de carros bomba y muertos, de aspiraciones burdas y maltrechas de riquezas inimaginables que robaron los sueños y el futuro de los jóvenes; y quiero ser consciente de ello. Es la consciencia de ese pasado convulso de Medellín, lo que nos hace tener hoy una ciudad mejor.
Yuval Harari, en De animales a dioses, destaca que nuestra capacidad de imaginar ficciones y usarlas para coordinar grandes grupos de personas es nuestra mayor ventaja evolutiva. Somos seres narrativos, relatos vivientes. Adoramos las historias. Somos las historias que creemos y que nos contamos, los relatos que moldean nuestras vidas y las de nuestras comunidades.
¿Qué historias queremos contarnos sobre Medellín y Colombia? La confianza en una narrativa compartida, explícita o implícita, sustenta las acciones individuales y colectivas que dan forma a nuestras relaciones y entornos. En mi opinión, esa creencia, esa historia compartida, debe ser más optimista.
Construyamos la historia que queremos vivir y contar. Participemos y hagámonos conscientes de cómo cada acto, por pequeño que sea, contribuye a materializarla. Este fin de año es una oportunidad para reflexionar, ser críticos y comprometernos con propósitos mejores. No nos castiguemos en exceso, pero asumamos la responsabilidad de construir un mejor país y una mejor ciudad. En 2025 acompañémonos en el camino de crecer y creer en lo que nos podemos convertir juntos.
Coda: a propósito de cuentos sobre Medellín, la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín tiene abierto su concurso de cuentos Narremos La Ciudad. Una oportunidad para contar historias llenas de esperanza sobre el pasado, presente y futuro de Medellín desde su zona urbana y rural. La información para participar se encuentra en este enlace: https://smp-medellin.org/concurso-de-cuento-narremos-la-ciudad-2-2/. El concurso estará abierto hasta el 31 de enero del 2025.