¿Será que soy muy importante?

El camello ha pasado por el ojo de la aguja. También el rico ha entrado en el reino de los cielos. Sin embargo, afuera está en la fila alguien muy importante. Puede ser usted, puedo ser yo. Habitamos el plural de la izquierda y la derecha. También la injusticia y el mundo de los justos. De repente, sin intentar al menos hacer la fila, un importante se aproxima a la puerta y sacude el mundo con las palabras mágicas: “Usted no es nadie y no sabe quién soy yo”. Jamás se detuvo a pensar que también le hablaba a un semejante.

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El lugar puede ser un parqueadero, una calle, un parque, una discoteca o un teatro… cualquier espacio habitable. Lo único que queda claro es que, para los importantes, el mayor objeto de deseo es ingresar a los lugares donde no todo el mundo puede estar, esos en los que se disfruta de la palabra exclusividad. También les apasiona romper las normas, muchas veces en nombre de una sinagoga iconoclasta.  

Una buena parte de los importantes maltratan, se olvidan del otro, abandonan la bondad y, ni siquiera vale la pena mencionarlo, la compasión. Algunos importantes están convencidos de su estatus y saben conservarlo sin pudor, incluso, están acostumbrados a que se jure su santo nombre en vano. Otros, en vía de extinción, son en realidad tan importantes que resultan premiados con el don de la humildad, trascienden. Pero, y de esto no queda la menor duda, los importantes más insoportables son aquellos que se dicen justos, humildes y defensores de la equidad. El reino de los moralmente correctos. 

¡Atención!, ¡peligro!, todos podemos caer en el insufrible mundo de los importantes. Algunas técnicas de supervivencia para no hacerlo: observar la naturaleza para sentirse pequeño, compararse con el universo y saberse parte de algo que es más grande… y, una que nunca sobra, pellizcarse. También aplican algunas tácticas de la brujería como pasar tiempo con la humanidad, servirles a los demás, respetar sus opiniones, practicar el escaso hábito de la empatía, mirar a los ojos y ejercer ese privilegio humano, que en sí mismo es una responsabilidad, llamado consciencia. Sonreír del corazón, nos enseñaron en qigong. 

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También funciona el tango. Escoja el dispositivo de su preferencia e ingrese a Youtube, copie y pegue las siguientes palabras: “A un semejante”, seguro le aparecerá Eladia Blázques. Por último, sirva un vino y escuche: 

“Si a vos te duele como a mí… 

La lluvia en el jardín y en una rosa. 

Si te dan ganas de llorar, 

a fuerza de vibrar, por cualquier cosa. 

Decí qué hacemos vos y yo qué cosa vos y yo sobre este mundo.

 ¡Buscando amor en un desierto

 tan estéril y tan muerto 

que no crece ya la flor!

 Vení… charlemos, sentate un poco. 

¡No ves que sos mi semejante!”.

Tal vez, al final, lo sorprenda el inmenso goce de ser, simplemente, humano.

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