Ni hablar del peluquín

“Siempre lo dije, Rodolfo Hernández era parte del plan de Petro. La justicia debe resolver rápido su situación jurídica, muy grave, por cierto. Si la justicia hubiera actuado a tiempo sobre las denuncias de corrupción en su contra, ni siquiera hubiera sido candidato”.

Así trinó la semana pasada Federico Gutiérrez, luego de la entrevista de Óscar Jahír Hernández -exasesor político de Rodolfo Hernández-, con Semana. En ella, además de señalar como “error gravísimo” la foto del abrazo del excandidato con el ganador, aseguró que este renunciaba a su curul en el Senado, por la misma razón por la que hace apenas tres meses la había aceptado: por sacarle el cuerpo a la Corte Suprema de Justicia, en cuya Sala de Juzgamiento se mueven varios procesos de corrupción en su contra. (El líder de la Liga de Gobernantes Anticorrupción juzgado por corrupción… Un mal chiste).

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Ahora sí que le debe estar tambaleando el peluquín. (“Los asesores le recomendaron que tenía que maquillarse el cabello, pero visualmente parecía como si tuviera peluquín”). No me refiero al de la cabeza, si los tres pelos del copete eran postizos o no, lo mismo da; al de la hipocresía. La honradez tiene que estar enraizada en el cuero cabelludo y en el cuerpo entero; en público y en privado. Sin maquillajes que disimulen su escasez frente a las cámaras, señores asesores de imágenes engañosas.

En fin, volviendo al principio, al trino del también excandidato Federico Gutiérrez, quiero detenerme en una frase de no-me-lo-pue-do-creer: “Siempre lo dije, Rodolfo Hernández era parte del plan de Petro”. Oh, oh. ¿Por qué, entonces, con las cifras de su derrota recién salidas del horno corrió a endosar su aspiración a la de Hernández?, ¿y sus seguidores a aplaudirlo por eso y a ensañarse en Fajardo porque no hacía lo propio?, ¿y a señalarnos con el dedo a quienes no queríamos votar ni por Petro ni por Rodolfo? (Antipatriotas, era lo menos que nos decían por aferrarnos a la tabla democrática de nuestro votico en blanco). Qué pena, paisano, pero, junto con la piedra, se le voló el peluquín de la coherencia. Haber apoyado a un contrincante de quien “siempre” sospechaba lo que sospechaba, es qué.

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¿Oportunismo?
A mí es que, con todo y la desconfianza – ¡pánico! – que le tengo a Petro -vaya uno a saber qué material inflamable se oculta en su peluquín-, de sólo pensar que el presidente de la República podría haber sido el otro, se me pone la carne de gallina. Conocía más Sancho Panza a Baratalia, que Rodolfo Hernández a Colombia. Seríamos el hazmerreír de la región; un país gobernado por la imprudencia y la falta de seriedad de un señor que cambia de humor, de opinión y de bando, como de camisa… Fijo, ya habría dejado tirada la banda presidencial. (“El país supo de su personalidad… No quiere trabajar en equipo… En la recta final de la campaña nos prohibieron la entrada a la sede… La segunda vuelta fue un completo desastre… El candidato que le estábamos vendiendo a los colombianos se desdibujó…”). Mejor dicho, ni hablar del peluquín.


ETCÉTERA: Una cultura política circunscrita sólo a cálculos electorales es tan elocuente como el mechón de Hernández. Brilla por su ausencia. (Y sí, tiene razón Gutiérrez, la justicia está pasada de actuar en este caso).

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