La premiere del Circo del Sol me sorprendió fue a mi

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Cuando menos pensé estaba parada en la mitad del escenario de OVO, no era susto ni alegría, simplemente no podía creer que yo estuviera ahí.

Este miércoles 9 de octubre de 2019 será difícil de olvidar, nunca se me ocurrió que ir a la premiere del Circo del Sol en Medellín fuera a convertirse en una experiencia única y, estoy segura, irrepetible.

Llegué temprano al coliseo Iván de Bedout, de hecho no habían abierto las puertas. Eran las 4:45 p.m. y aunque había mucha gente en los alrededores nadie estaba haciendo fila, pero ya se escuchaban una y otra vez las recomendaciones de logística para el ingreso: no se permiten objetos contundentes, ni sombrillas, alimentos, cámaras de vídeo y recomiendan comprar las boletas únicamente en taquilla.

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A las 5:00 p.m. ya eran 15 personas en la fila y otras decenas estaban sentadas en los alrededores de los coliseos de la Unidad Deportiva, aún faltaban dos horas para el comienzo del espectáculo que desde mayo se estaba esperando. Yo fui a encontrarme con mi familia y solo hasta las 6:20 p.m. hicimos la fila de ingreso, que de hecho era larga pero organizada. Entrar es fácil, todo está muy bien demarcado.

A las 7:15 p.m. empezaron a salir los artistas a interactuar con las personas que están más cerca al escenario, tres minutos después se escuchó a la voz oficial decir “bienvenidos al Cirque du Soleil, Ovo por primera vez en Medellín” y el coliseo aplaudió por cerca de diez segundos, sin duda había emoción.

La historia envuelve a los asistentes. Son cerca de 45 minutos de espectáculo antes del intermedio, que dura 20 minutos y cuando el coliseo está de nuevo a oscuras, los artistas comienzan a interactuar con algunas personas del público, luego siguen actos de equilibrio y contorsionismo. 

Ahí estaba yo, en primera fila junto a mi esposo y al lado derecho del escenario, el Maestro Flipo empezó a caminar y paró justo delante de nosotros, no sé cómo pero me dio la mano y, aunque le dije dos veces que no, me llevo con él. Cuando menos pensé estaba en la mitad del escenario, con 100 luces encima y pensando ¿qué estoy haciendo acá?

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Por mi mente pasaron dos alternativas, salía corriendo y me gano 5.000 silbidos o me quedaba y hacía el ridículo de una manera decorosa. Opté por lo segundo, Flipo me agarró de los hombros y me dijo “relax”, se dio la vuelta y recogió los accesorios de la mariquita, la protagonista, y me los puso.

Ya con alas y peluca, como si mi mente hubiera entendido que era un personaje más, bailé, corrí, jugué, y hasta cacé insectos. Pero mis cinco minutos de fama terminaron cuando la mariquita me vio, me corrió del medio de su historia de amor.
Bajé del escenario aún sin creer que estuve ahí, disfruté el resto de la función, aplaudí con mucha fuerza -al igual que el resto de asistentes, que durante varios minutos ovacionaron de pie-  me emocioné y hasta foto le pedí al finalizar a Mister Flipo.

¡Ah! y no, no hubo acuerdo previo, no estoy contratada, solo fui otra vez una niña que jugó a seguir el juego de los mejores payasos del mundo.

 

 

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