Las obras de arte son realidades que nos ofrecen muchas facetas diferentes, algunas de las cuales podrían inclusive parecer contradictorias. Así, por ejemplo, una pintura es, al mismo tiempo, del presente y del pasado; y esa especie de paradoja constituye una parte fundamental de su significación, pero también de su valor cultural e histórico.
Por una parte, es evidente que aunque el artista haya creado su obra hace muchos años, la experiencia estética que tenemos de ella se basa en el hecho de que está presente ante nosotros. Y esa es, seguramente, la principal fortaleza del arte y lo que hace posible que nuestro diálogo con el artista trascienda en el tiempo.
Judith Márquez, nacida en Manizales en 1929 y fallecida en 1994, pintó en 1956 su Figura en ocre, un óleo sobre tela de 84 por 48,8 centímetros, que entró a la colección ese mismo año, donado por la que entonces se llamaba Sociedad de Amigos del Museo.
La obra crea una fuerte transformación geométrica de las figuras, que las aparta del puro interés por la representación y nos obliga a atender más cuidadosamente los aspectos constructivos. Pero a medida que observamos la pintura, que podemos experimentar y gozar porque está presente ante a nosotros, descubrimos la riqueza de los detalles y la armonía del colorido que se va transformado sutilmente a lo largo y ancho de la tela. El resultado es un mundo de sugerencias y de intuiciones, lleno de calma y de equilibrio: una creación que, quizá, solo puede ser descrita con el concepto de poesía.
Sin embargo, Figura en ocre de Judith Márquez también es importante desde un punto de vista histórico y cultural, como documento del pasado. La artista expuso su obra en 1956 en el entonces Museo de Zea, en la época en la cual ella misma publicaba el primer número de Plástica, una revista de arte. Se trata de la primera publicación colombiana dedicada exclusivamente a temas artísticos, que Judith Márquez aprovechó para presentar el trabajo de los principales artistas del país y para difundir las ideas fundamentales de los movimientos estéticos que entonces estaban más vigentes en el panorama internacional. Ese trabajo le asegura una influencia trascendental en la historia del arte colombiano que, quizá, no ha sido suficientemente reconocida.
En otras palabras, la exposición de sus obras y la adquisición de esta pintura de Judith Márquez recuerdan que entonces comenzaban a cobrar fuerza en Antioquia algunas corrientes a favor del arte moderno. Son los primeros pasos, difíciles pero firmes, que en el campo artístico abren la puerta al mundo contemporáneo y que poco después transforman vertiginosamente nuestra historia artística, cultural y social.