Nunca nos había unido tanto un aguacate

“¡De verdad! Me asomé al balcón y vi medio vecindario en la portería. A duras penas podía ver quién era quién por su porte y sus gestos corporales. Pero sabía que ahí estaban muchos, con la excusa de comprar un aguacate a punto, pero con las ganas de salir y verse”.

Esa historia que me contó Dani sobre sus vecinos me inspiró a convocar los míos en plena cuarentena obligatoria por allá en marzo para que ayudáramos a tantos que iban a necesitar una mano amiga. Empezando por nosotros mismos.

Vivo en una unidad muy grande. Casi de las más grandes de El Poblado. Sin embargo, antes de la pandemia, los vecinos “no se sienten, te lo juro. Lo mejor”, decía yo, siempre orgullosa de jamás tener que comprometer más que el saludo con los del lado. Pero llegó el coronavirus, una situación sin precedentes que nos obligó a buscar donde jamás lo habíamos hecho: en el interior.

Creamos un chat. Sí, uno de esos temidos que antes silenciábamos o nos escapábamos sin dar mucha explicación. Somos más de cien personas y un común denominador: ayudarnos.

Así que, naturalmente, fuimos compartiendo los emprendimientos, los desahogos, hasta los arcoíris que asomaban, resultado de un clima que a estas alturas tampoco sabe mucho qué hacer. Y ahí, tímidamente, fueron asomando los brownies melcochudos de la Mamá de La Niña, las pavlovas, el arroz con leche, las tortas y el pie (oh Dios mío, el pie) de coco de Aura Dulce, los panes de masa madre de A Healthy Habit, las salsas de Cheche, los cocteles de Elsa, las carimañolas de La Niña Juani, las masa’s de pandeyuca, las empanadas, las lasagnas, las carnes frías de La Vasqueza, las cremas y los turrones.

Y los dips, los cereales, la mantequilla de nueces de Felipe (el fotógrafo que no me deja hacerle propaganda), los huevos de Abejorral del mercado de la nieta de los de abajo (que entre otras, gracias por tolerar la bulla de mis hijos), las berries orgánicas que nos trae un amigo que ya está gestionando para ponernos un food truck, la miel de abejas de los llanos. Y los tapabocas, las pijamas, las blusas de moda, las flores que surten en el sótano, el lavado de carros y hasta la venta de Soat.

Construimos una red de emprendedores donde compartimos los posts, damos likes, probamos, admiramos y, sobre todo, acompañamos.

Ah bueno, ¿y que se cayó el internet? La de UNE es de la torre 3. ¿Tiene síntomas? En la 5 hay dos de Sura. ¿Se le bloqueó la tarjeta o quiere alargar el crédito? La hija de la del 12 trabaja en Bancolombia. Y Manu… Manu nos manda las promos y nos confirma los horarios del Éxito del Este.

Si el carro necesita cables para desvarar, si la vecina se quedó sin vino el fin de semana y va a estripar al marido, si se le estalló la tina y necesita plomero de afán, no es sino que pregunte. Aquí todo lo compartimos: hasta la niña de la cera, la peluquera y el plomero que vienen y “alguien más lo necesita, aprovechando que ya está por acá”.

Esto aquí está tan rico que hasta Pipe Bueno cuando vivió aquí un tiempo ¡nos dio concierto por el balcón! Y sí, entre el brindis virtual, el “buenas nooocheeees” a las 8 p.m. del de la torre 2 y los ojos de los que bajamos y sonreímos detrás de la máscara, hemos agradecido pasar nuestra cuarentena aquí. En Aguas del Bosque.

Por: Juliana Echeverri

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