Lugares que no quiero compartir con nadie (3)

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Muy pronto, al final de la tarde,el lugar estaba completamente lleno de parroquianos que hablaban, bebían y comían con alegría

/ Álvaro Navarro

Un viernes en la tarde nos enteramos de que existe un mercado de agricultores (farmers market) en Manhattan, más precisamente en la esquina de Broadway y la calle 17 Este, en Union Square. Allí nos dirigimos temprano en la mañana del sábado y durante varias horas pudimos disfrutar de este variado y maravilloso mercado que, semana a semana, incluyendo también los días lunes, miércoles y viernes, ofrece una gran variedad de productos de la más alta calidad.

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Una muestra no completa comprende vegetales y frutas de estación, hongos, plantas, carnes frescas y procesadas, huevos, pescados, mariscos, variedad de quesos frescos y estacionados, panes, mermeladas, dulces, vinos y cervezas artesanales, jarabe de arce verdadero (maple syrup), textiles y prendas de vestir, compost y mil cosas más.

El mercado, que existe desde hace casi 40 años, es todo un espectáculo. Es atendido por los productores y está lleno de visitantes; muchos de ellos acuden regularmente para adquirir los productos alimenticios que consumirán en los siguientes días; no será extraño encontrar a renombrados chefs de los restaurantes del área que acuden para adquirir aquellos alimentos que una vez procesados o cocinados harán la delicia para sus clientes. Y como Nueva York es Nueva York, se escucharán conversaciones en diferentes idiomas y se podrán encontrar personas de los cuatro puntos cardinales del planeta. Los puesteros son extremadamente amables y dispuestos a entablar conversación con los visitantes. Comentarán de dónde provienen y hablarán maravillas de los productos que ofrecen, inclusive compartirán secretos familiares de cómo prepararlos y cocinarlos. El mercado en Union Square es considerado uno de los mejores de este tipo en los Estados Unidos.

Después de varias horas del disfrute visual y sensorial que trae este lugar, decidimos ir a buscar dónde comer. Nuestros amigos Jairo y Aura Sánchez habían reservado mesa en su restaurante preferido en la ciudad: Lil’ Frankie’s, un sitio napolitano situado en la parte inferior del East Village en el número 19 de la Primera Avenida, entre las calles 1 y 2. Es un pequeño restaurante pizzería, con horno de leña y con un menú corto, compuesto por: ocho variedades de antipasto que van desde una simple bruschetta con tomates hasta un plato variado con quesos, carnes y vegetales; cinco ensaladas diferentes que pueden ir desde una ensalada mixta hasta una de rúgula con lonjas de auténtico parmesano; once tipos de pizza y tres de calzone que, por supuesto, incluyen la denominada Napolitana con tomates, ajo, orégano, alcaparras, aceitunas y anchoas sicilianas saladas que llega crocante a la mesa; ocho tipos diferentes de pasta que pueden ir desde simples espaguetis con ajo y aceite hasta lasaña con relleno de salsa de carne cocida lentamente durante varias horas, queso parmesano y salsa bechamel cocida en el horno a 450º centígrados; tres entradas que bien pueden ser una hamburguesa o pollo o salmón; tres acompañamientos que podrían ser espinacas a la crema, al horno o calabaza al horno; y para terminar, un plato de frutas de temporada o un muy buen tiramisú. La carta de vinos está dedicada a vinos italianos cuyos precios varían por botella desde 42 dólares para los jóvenes, hasta 255 por un Barbera D’Alba de 2003.

Una muy buena manera de disfrutar de un restaurante como este es compartir los platos, por ejemplo, una pizza, dos antipastos, dos pastas y un plato principal. Muy pronto, al final de la tarde, el lugar estaba completamente lleno de parroquianos que hablaban, bebían y comían con alegría. Para los estándares de Nueva York, Lil’ Frankie’s es asequible, una cena con vino para cinco personas costó alrededor de 300 dólares, más la propina. A mí me encantó, encontré en él una comida tradicional italiana honesta y de muy buena calidad con un muy buen servicio. Es mejor reservar, en el teléfono (212) 477 7600.
Puede escribirme a
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Buenos Aires, febrero de 2015
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