¿La verdad absoluta?

Así fue como la agitada imaginación de un muchacho con suficiente tiempo libre logró cambiarnos para siempre la forma de pensar sobre el mundo.

Imagine por un momento la siguiente escena: usted se halla en la plataforma de una estación del metro, digamos, en la de El Poblado, y está a punto de tomar un tren. De repente, en el altoparlante anuncian que el próximo no se detendrá y seguirá hacia la siguiente estación. Cuando terminan de dar el aviso aparece el tren repleto, como de costumbre.

Al interior del primer vagón usted nota que uno de los pasajeros tiene en las manos lo que parece ser un delicioso buñuelo. Usted ve que el afortunado le da el primer mordisco cuando su vagón comienza a pasar a través de la estación. El segundo y final bocado lo toma cuando su tren está por terminar el tránsito por la plataforma.

Aquí viene lo interesante: si le preguntamos al pasajero cuánta distancia hubo entre cada mordida del buñuelo, él nos dirá que ninguna. Nos contará que lo devoró en el mismo sitio al interior del vagón, sin moverse un centímetro. Por otro lado, si le preguntamos a usted, probablemente nos dirá que entre un bocado y el otro pudo haber unos cincuenta metros de distancia. Ahora bien, la cuestión que nos debe llamar la atención es: ¿quién tiene la razón? ¿el hombre del buñuelo o usted?

Esta situación, que parece un acertijo zen, fue bastante similar a la que se planteó el joven Albert Einstein a principios del siglo XX. La respuesta es genial: resulta que ambos tienen la razón. La medición del fenómeno dependerá del marco de referencia que tenga el observador, no existe una verdad absoluta para esta pregunta. El tema es relativo. Lo que le cuento no es algo filosófico, se trata de una realidad aceptada en la física moderna.

Pero para ponerlo aún más interesante, Einstein comenzó a usar la situación del tren para imaginar lo que ocurriría con un rayo de luz que rebotara entre el techo y el piso del tren. Utilizando el mismo juego de los dos observadores y teniendo en cuenta que la velocidad de la luz es una constante, luego de algunos cálculos pudo deducir que el tiempo se hace más lento para quienes se mueven a velocidades comparables a la velocidad de la luz. ¡Imagínese! El tiempo se hace más lento o rápido según se mueva el observador.

Se trata de un descubrimiento que cambiaba toda la concepción del tiempo que teníamos hasta ese momento, el cual se consideraba absoluto, como una flecha que siempre es igual para todos. Ahora el tiempo era una especie de alfombra que se podía arrugar, estirar y usar a conveniencia. A esta deducción, Einstein la llamó teoría especial de la relatividad y causaría un revuelo de una magnitud tan enorme que hoy, ciento quince años después de su publicación, seguimos hablando de ello.

Esta historia, que se cuenta año tras año en todas las facultades de ciencias físicas del mundo, nos deja una hermosa lección: aparte de las consecuencias y aplicaciones técnicas de la relatividad, el universo nos muestra que no tiene verdades absolutas para el entendimiento de un suceso.

Así las cosas, el afortunado señor del buñuelo y usted no deberían enemistarse o llegar a los golpes por definir quién tiene la razón. De igual forma, nosotros no deberíamos enojarnos ni desear el mal para aquellos que ven el mundo de forma diferente, simplemente están en un marco de referencia distinto y actúan en consecuencia.

Para terminar y seguir la tradición de Einstein le propongo un experimento mental: ¿qué cree usted que pasaría en nuestro país si todos comenzáramos a aceptar que otros también pueden tener tanta razón como nosotros en cualquier tema o asunto que genere polémica?

Por: Iván Castillo

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