La Veracruz

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En 1682 el Capitán Juan Céspedes de Hinestroza empezó la construcción de la Ermita de la Veracruz en terrenos comprados al señor Luis Acevedo Rides.
En marzo de 1791 estaba amenazando ruina, por lo que fue demolida totalmente y la reedificación se inició el 26 de diciembre de ese mismo año, la cual se reinauguró el 30 de noviembre de 1803.

Por Juan C. Posada S.

En los años de 1874 a 1876 tenía el templo el mismo aspecto de sencillez tal como lo encontró el reverendo padre Domingo A. Henao, muchos años después, al hacerse cargo del curato.

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El frontis es una meritoria obra hecha con piedra oscura y tosca, lo mismo que las torres talladas en un estilo piramidal. No se sabe por orden de quién o de qué entidad se le dio un baño de cal, con lo cual desmejoraron su magnífico estilo colonial; más tarde quisieron enmendar tan grande error y rasparon la fachada, pero siempre quedó con vestigios de cal.

Las paredes interiores blanqueadas, el piso de ladrillo, el púlpito de madera, muy sencillo; los escaños incomodos como todos los de los otros templos en esos tiempos; el viejo altar mayor, con su nicho en el centro donde se conserva la imagen de santa Ana, la de san Joaquín y la de la santísima Virgen siendo niña; los dos altares de las naves laterales y a continuación de la puerta de la sacristía, estaba la de Nuestra Señora del Rosario.

La plazuela separada de las calles de Boyacá y Carabobo por legendarias pilastras, también de piedra como el frontis, que años después fueron bárbaramente destruidas, para luego en 1968 volver a reconstruirlas.

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Cuando se erigió en parroquia y siendo párroco el mencionado presbítero Henao fueron muchas las mejoras que recibió el templo: la construcción de la casa cural, la verja del comulgatorio, el alumbrado eléctrico, los bancos cómodos y modernos; la consecución de las pilas de mármol para el agua bendita y muchas otras mejoras que se deben a su celo y actividad.

De tan querido lugar quedan inolvidables recuerdos; allí a comienzos del siglo XX, los estudiantes del colegio de Santo Tomas de Aquino, aprovechando los ratos de recreo, charlaban y compraban golosinas en la vecina panadería de la señora doña Mariana Mejía de Gómez. En la iglesia se acostumbraba la enseñanza del catecismo todos los domingos.

 

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