La gratitud

Un místico llamaba la atención por su estilo de vida. Siempre terminaba su oración con una profunda gratitud por lo que vivía y recibía. “Señor, es tanta tu compasión y la abundancia de tus dones que me siento abrumado. ¿Cómo podré pagar todo el bien que me das?, aparte de mi pobreza y mis lágrimas, no tengo más que ofrecer”, solía expresar.
Una vez, durante un peregrinaje, él y sus discípulos atravesaron aldeas pobladas por fanáticos de otra religión. Estos no les ofrecieron alimentos, agua o un techo donde protegerse de las frías noches en tres días. Sus discípulos no encontraban sentido a sus oraciones de agradecimiento. “¿Por qué estás tan lleno de gratitud?”, le preguntaron.
El místico se hecho a reír. “Estos tres días fueron los más importantes de mi vida. La gratitud se pone a prueba en los momentos difíciles, y es ahí cuando uno tiene que descubrir que la vida le da lo que necesita en ese instante. Por eso mi gratitud no es condicional, sino incondicional, y no solo porque Dios sea bueno conmigo; responde a mi alegría, mi felicidad y mi devoción por la existencia”.
Aprendí de un hombre de 77 años su manera de dar gracias al Señor cada mañana. Decía: “Me despierto. Permanezco quieto unos instantes. Luego muevo los dedos de los pies y digo: “Gracias, Señor, por este nuevo día que me das de vida”.
Es una maravillosa actitud ante la existencia. Su disposición de gratitud se trasluce en su vida diaria, como si viviera en una continua postura de adoración al Señor que todo lo envuelve con su poder. No sé dónde oí que alguien tenía “actitud de agradecimiento”, y nunca se me ha borrado de la mente.
Rememoro el sinnúmero de dones que he recibido: familia, amigos, salud, fe y un largo etcétera de recuerdos agradables. Me pregunto si soy de los que tienen “actitud de agradecimiento”.
He ido por la vida, muchas veces corriendo más que viviendo, y he dejado de contemplar muchas flores de los campos de mi vida, en mi alocado caminar. Tengo 35 años, lo que significa que Dios me ha concedido unos 12.775 días de vida. Mi oración debería ser: “Señor, siento haber sido inconsciente de tantos días que me has concedido”.
La fe nos produce esa maravillosa pulsión del corazón llamada gratitud. Es reconocer el aporte de los otros en nuestros triunfos, metas y aciertos, es saber que hay un Padre providente, rico en misericordia, que nos desborda con sus dones.
Unos rezan las oraciones que aprendieron de niños. Otros pasan las cuentas del rosario, o se unen a la Iglesia Universal rezando los Laudes de la Liturgia de las Horas. Todos tenemos lo mismo en común: agradecemos y adoramos. La “actitud de agradecimiento” está por encima del temperamento: unos somos optimistas, otros pesimistas, y también está por encima de las épocas de la vida que pasamos: crudos inviernos de desesperanza, primaveras de alegría, otoños de melancolía, veranos de indolencia.
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