¿Bicentenario?

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  Por: José Gabriel Baena  
 
No había pasado mucho tiempo luego de la famosa batalla del 7 de agosto de 1819, cuando ya Bolívar había constituido un avezado grupo de banqueros para irse a las Europas a pedir dinero prestado –oro puro- para financiar las nacientes repúblicas. Entre ellos, cómo no, un medellinense, Francisco Antonio Zea, cuyo nombre aburrido decoró nuestro Museo durante años. La Nueva Gran Colombia era un inmenso territorio que tenía parte en Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil y llegaba hasta la Costa de los Mosquitos en Nicaragua, y comprendía miles de kilómetros de las llamadas tierras “baldías” o sin dueño conocido. Para pagar en inicio los préstamos, inmensos territorios fueron adjudicados a las compañías europeas que financiaban el crédito, y ya desde mediados de los años 20s de ese siglo 19 empezaron a llegar los técnicos a “prospectar” los terrenos, especialmente los lugares para la explotación de minas de oro, plata, platino, esmeraldas y otros minerales que luego serían estratégicos. Existen en archivos particulares –ni siquiera los tiene la Nación, esos documentos de “adjudicación de tierras baldías” sin límite de vencimiento, con lo cual hoy tenemos todavía poderosos señores en Europa que muestran orgullosos a sus visitantes los planos de “unas tierritas que tengo por allá en el Nuevo Mundo y que no he tenido tiempo de ir a mirar”. Ni hablar del Canal de Panamá, una empresa criminal pactada entre pillos que se pasaban la bola unos a otros cuando no podían manejar ese complicado rollo de estafas, enfermedades, traiciones, la final injerencia de USA: cuando los gringos “se tomaron” a Panamá, ordenaron destruir todos los archivos de más de 30 años de las 3 principales compañías involucradas, para que no aparecieran “culpables” ni reclamantes. De todos esos papeles baldíos se habla de vez en cuando, cuando se lee por ejemplo que la “Frontino Gold Mines” va a vender parte de sus derechos y se va a cambiar de nombre por otro que no recuerde tanta villanía, o se alborota el cotarro por las agonizantes concesiones de oro y platino en el Chocó, que son extranjeras, las minas de Zaragoza, Marmato, Mariquita, la gran montaña de oro que hay en el Tolima pero que no se puede tocar porque “daña la ecología”. Casos semejantes ocurren con los inmensos territorios selváticos en Urabá, en el Amazonas, las gigantescas concesiones petrolíferas de las cuales nadie puede hablar porque los “blancos” de la capital tienen ahí “unos interesitos que no se pueden tocar, ala”, etc. Todos los apellidos “elegantes” bogoteños están untados con la sangre, sudor y mierda de miles de esclavos que perdieron sus vidas trabajando para sus amos. La gran montaña de oro que es –o era- Marmato en Caldas es el más prominente de los monumentos al “patrón oro”. Esa montaña es toda por debajo un laberinto de socavones que está punto de derrumbarse y debajo de cada casita arranca un túnel donde el propietario araña su tesorito. Otra: re-lea usted “La Vorágine” de José Eustasio Rivera sobre las inmensas plantaciones caucheras de mano esclava hasta los años 30: Rivera murió en Nueva York envenenado, asesinado por sus denuncias. Otra buena novela sobre las caucheras es “Toá” del antioqueño Uribe Piedrahíta, quien también escribió otra novela-testigo sobre las petrolíferas de Venezuela: “Mancha de aceite”. ¿Alguien se ha preguntado por qué Colombia no tiene explotaciones de petróleo en la frontera de la Guajira, al pie del Golfo de Maracaibo? ¡Misterios misteriosos! ¿De quién es Colombia al fin y al cabo? ¿Será propiedad acaso de los 100 sabios que mencionaba el presidente López Michelsen en los años 70 y no del resto que vivíamos en esa época, quienes, según él, éramos 20 millones de tarados? Es falso el cacareado “bicentenario de nuestra independencia de España”. Nunca hemos sido independientes de nada. Vea: ya ni siquiera los Estados Unidos de América son independientes ellos mismos sino que tienen con China la deuda externa más grande del mundo, y China a su vez le debe todo el oro del universo al Banco Mundial, de propiedad judía: “Los Illuminatti del Priorato de Sión”. Ellos sí son los dueños de todo. Vean las películas, lean las novelas.
Mientras tanto entonemos una puesta al día del poeta aragonés del siglo 18 Vila San Juan: “Hay que destruir el apestoso y plebeyo panorama de rondallas, silleteros, guitarras, tiples y coplas, mozos y mozas y relinchos de asno… torpes festejos que nunca nacieron del alma regional sino que sólo son estridencia que se pasea por periódicos y radios y canales de TV, la triste historia de una Antioquia ignorante y embrutecida poblada por desvergonzados y mercachifles!”.

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