Gelatina sin sabor

“Una semana después, la piel se me caía a pedazos, el tejido comenzó a necrosar. El cirujano me ordenó un tratamiento que me sirvió para la recuperación del tejido, pero la cicatriz jamás tomó buen aspecto”
/ Etcétera. Adriana Mejía
 
La autoridad que tiene la exreina Lady Noriega para dictaminar cuáles especializaciones médicas cumplen los requisitos o no, cuáles médicos están perfectamente capacitados o no, y cuáles pacientes mal “arreglados” –la mayoría, mujeres– deben reaccionar o no, es la misma que tengo yo: ninguna.

Pongámonos en contexto: hace varias semanas se convirtió en tendencia en las redes sociales, el hashtag #CirugíaSeguraYa, promovido por la periodista Lorena Beltrán quien, en el 2014, se sometió a una mamoplastia de reducción con un doctor Francisco Sales Puccini.

“Una semana después –relató en distintos medios–, la piel se me caía a pedazos, el tejido comenzó a necrosar. El cirujano me ordenó un tratamiento que me sirvió para la recuperación del tejido, pero la cicatriz jamás tomó buen aspecto”.

En el 2015 acordó con el mismo médico un procedimiento de corrección que resultó peor: “La cicatriz se aumentó y no cerraba. Su recomendación fue que me aplicara gelatina sin sabor”.

Lorena consultó, entonces, con otro especialista que le advirtió de ciertos daños irreversibles: “Existe una alta probabilidad de que no pueda lactar…”.

Ahí fue cuando emprendió la campaña contra los títulos exprés (cursos lato sensu o rápidos que se imparten en otros países, Brasil a la cabeza, que complementan especializaciones, pero no son especializaciones y, por lo tanto, no facultan a los asistentes a pasar y posar como cirujanos plásticos) que son homologados aquí por el ministerio de Educación.

“Cuando se denuncia mala cirugía plástica muchos lo relacionan con clínicas de garaje, pero yo fui víctima de un médico irresponsable que cuenta con aval para operar y que me dejó una lesión que ha afectado mi salud física y mental”.

Casos visibles como el de Lorena Beltrán no parecen ser suficientes para que el Congreso tenga el coraje político de aprobar el proyecto de ley que reglamenta el ejercicio de la cirugía plástica en el país y establece sanciones para las personas que, sin estar calificadas, realizan procedimientos en ese campo y para los centros hospitalarios que lo permiten. Dos años lleva empantanado. Dicen los que saben que a los integrantes de la Asociación Colombiana de Cirugía Plástica –distinta a la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica, Estética y Reconstructiva que agremia a más de 700 cirujanos plásticos en el país- no les conviene que el tal proyecto llegue a feliz término. ¿Por qué será?

(Dato curioso: Colombia está en el top ten de los países con mayor cantidad de cirugías plásticas en el mundo y es el sexto en procedimientos quirúrgicos de senos).

El caso es que, al margen de la desidia de nuestros legisladores y la ligereza del gobierno para legalizar títulos de escaso contenido y en medio de las enemistades que existen entre médicos de carrera y médicos a la carrera, están la salud y la vida de miles de pacientes que por verse mejor se apuntan a entrar al quirófano, sin detenerse a pensar que cualquier cirugía, por embellecedora que prometa ser, conlleva riesgos que pueden ser mortales.

“El argumento de que a todos los cirujanos se les pueden morir pacientes es cierto, pero cuando uno está en manos de profesionales capacitados, no le tratan las heridas con gelatina sin sabor”.

Así que a cruzar los dedos y a tocar la puerta adecuada, señores pacientes. Todo parece indicar que los títulos inflados seguirán enchapando las paredes de ciertos consultorios.

ETCÉTERA:
La entrevista de El Espectador –en edición dominical– a Lady Noriega, me dio vergüenza periodística. En un espacio que pocos científicos han logrado –doble página y fotos gigantes– atacó, defendió, señaló y avaló a quien quiso y como quiso. Y, de paso, publicitó al doctor que le enderezó algo que le habían dejado torcido y, de paso, le enderezó la vida. Porque ese doctor, compañero de estudios de Puccini y miembro de la misma agremiación, es Rodolfo Chaparro, su marido. Ese detallito sí olvido decirlo. Pura gelatina sin sabor…
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