“No creo ni en el éxito ni en el mérito. Solo hay trabajo y la alegría de crear, no lo que se quiere, sino lo que se puede. Todo lo demás son ínfulas” (Leonidas Barletta).
Con esta cita empezaba su blog en 2012 Rodrigo Saldarriaga Sanín. Así pensaba y así actuaba. Hace cerca de dos meses, poco después de resultar electo como Representante a la Cámara por Antioquia por el Polo Democrático Alternativo, y tras una tos persistente, conoció el grave diagnóstico y supo que le quedaban pocas semanas de vida. En forma discreta regresó a El Poblado, donde en casa de una hermana murió el domingo 22 de junio.
Hacía 63 años había nacido en este barrio, en la finca La Selva, en la calle 10 con la Transversal Inferior, pero desde muy joven se fue de casa; mientras estudiaba Arquitectura descubrió a la par el teatro y su espíritu revolucionario, anduvo por otros lares y de vuelta a Medellín hizo del Centro de la ciudad su lugar de habitación. La vida, o la muerte, o ambas, lo trajeron de vuelta al barrio natal. No quiso homenajes y mucho menos honras fúnebres y misa exequial… era ateo. Y coherente.
“Me dio la crisis de los 60”
Eso nos decía Rodrigo Saldarriaga cuando lo entrevistamos a finales de 2010 por los 35 años del Pequeño Teatro y los 60 suyos, su fundador. “La vejez es muy bacana… los años vienen con cierta tranquilidad, vienen con otros desastres, con unas crisis muy fuertes, unos cambios muy drásticos y ahora me viene otra vez la juventud. Me dio la crisis de los 60”. Y sucumbió a ella.
“El teatro está inscrito en el alma, está genéticamente marcado”, era la única razón que le encontraba este dramaturgo, actor y director con estampa de patriarca, memoria de elefante e incuestionable don de la palabra al hecho de haber dedicado su vida a a las artes escénicas. “Haber entendido que el teatro es un arte popular es muy bello: teatro del pueblo para el pueblo no es una consigna política sino ética”.
En esa entrevista evocó aspectos definitivos de su niñez, como aquel inspirador entremés (El mancebo que casó con mujer brava) en el Colegio Palermo de San José, adonde lo llevó su prima Pilarica Alvear Sanín, quien después se convertiría en escritora. Recordó también ese accidente infantil en el que recibió en un ojo un disparo de rifle de copas, lo que lo obligó a permanecer vendado durante un año. “Pilarica se iba todas las tardes cuando salía del colegio a entretenerme y a leerme. Fue mi primer acercamiento con la literatura, con el teatro y con el cine”.
Bajo un guayacán
Bien lo definió su amigo, el diputado Jorge Gómez, pocas horas después de su muerte: “… Nunca cayó en el facilismo del teatro como parte de la ‘industria del espectáculo (…). Nunca acumuló riquezas materiales y su valiosísimo legado consiste en su ejemplo y sus ejecutorias en campo de la política revolucionaria y del arte”.
Paz en su tumba… o bajo el árbol de guayacán en el cerro El Volador, donde pidió que enterraran sus cenizas.