El violinista de la fe

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Horas después de no haber llegado a la presentación musical que tenía prevista frente al Papa, Alfredo de la Fe se miró al espejo y sintió vergüenza. 

Se había prometido a sí mismo que cuando el representante de Dios en la tierra (según la tradición de los católicos)  tocara su frente o lo mirara a los ojos,  él dejaría las bebidas y las drogas para siempre.

Poco antes de la promesa, salió a una fiesta que sería la última. Cuando despertó, ya era tarde y el Papa se había ido; lo esperaron, pero él nunca llegó. Ahí decidió comenzar un proceso de rehabilitación para dejar la adicción a esas sustancias que probó en Nueva York, cuando tenía 12 años y por invitación de músicos más experimentados. 

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Después de escucharlo, uno entiende que hay personas a las que el nombre se les convierte en destino: siempre ha creído en las posibilidades y en lo divino. Cuenta que salió de Cuba en un barco que recibió disparos y uno de ellos le hirió la espalda. Nació en La Habana y su historia con el violín empezó a los 2 años, cuando conoció este instrumento. Cuatro años más tarde, su papá le trajo uno y no volvió a soltarlo. Hijo único de padre músico y una madre cocinera de presidentes, aprendió con ellos a admirar el arte y a buscar la belleza.

Antes de salir de la isla, viajó a Polonia con una beca para perfeccionar su interpretación del violín. A este destino le siguió Nueva York, una ciudad donde se formó como músico junto a artistas latinos que se convirtieron en estrellas mundiales. 

En esa ciudad también aprendió a interpretar el violín de una forma nueva y que el mundo recordará: una en la que un instrumento clásico sirve para la música latina y lleva alegría de otra forma.

En medio de este salón del Concejo de Medellín donde recibirá un homenaje en unos minutos y donde la gente pasa a saludarlo, cuenta que se ha presentado en 95 países y junto a orquestas como La Fania o nombres como Santana, Pavarotti, Cheo Feliciano, Héctor Lavoe o Celia Cruz, su madrina de bautizo.

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Cuenta que Antioquia está en su corazón, y por eso todo lo que él pueda darle a este sitio, no es suficiente para regresar lo recibido aquí: amor, conciertos, rehabilitación, su conexión con Dios y conocer a su esposa Paulina. “La gente en Colombia es especial y amable. Siento que aquí tengo una parte de mi raíz. Por eso me gustaría seguir con conciertos o proyectos”.

Cuando camina por las calles de Nueva York, en medio de gente perdida bajo los efectos del fentanilo o cuando lee las noticias de Medellín que hablan de explotación sexual, siente pesar. Al mismo tiempo quiere ayudar, querer ver “el arcoiris al final” de la luz. “Mi vida está llena de milagros, por eso siempre creo que es posible hacer un cambio en el caos. Y que la música lleva sanación con ella”.


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