El coleccionista y sus máquinas voladoras

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El coleccionista y sus máquinas voladoras

Rafael Castaño colecciona juguetes, es creador de máquinas fantásticas y artista con fértil imaginación

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 Nada en los alrededores de la avenida Carabobo número 34-41 deja entrever que detrás de la reja de colores hay un mundo desbordante. Nada. Porque más allá de los espacios de la reja solo es posible ver la oscuridad. Ni siquiera después de franquear la puerta color naranja, que el mismo Rafael Castaño abre, y recorrer el pasillo bordeado de vitrinas colmadas de juguetes de otras épocas, es posible adivinar lo que sigue.
Entrar allí es ingresar en un mundo inesperado donde la imaginación se posa en todas partes y sobre todas las cosas. Los juguetes son el primer contacto, pero la sorpresa viene cuando el espacio parece iluminarse y en las alturas del taller -lo imagino coronado por un domo- navega un barco alado, un barco vikingo con gárgolas que permiten el ajuste de los remos, tres de cada lado, y libélulas de ala blanca alrededor. Entonces el lugar toma forma y uno, viajero inusitado, se deslumbra al ver surgir de todos los rincones máquinas voladoras, insectos de alas doradas, cuerpo de plástico y bombillos de linterna en lugar de ojos; cabezas de dragón moldeadas a la cera perdida y cuadernos con dibujos de proyectos por venir. A pocos pasos, en pleno vuelo, un avión mecano que pronto tendrá movimiento y, más alto aun, otra máquina con cuerpo y alas de pájaro, quizá un ave del paraíso. Las mesas de trabajo atiborradas de estructuras en curso, de papeles con rayones, de herramientas de aplicación precisa y piezas sueltas que salen de todos lados, por aquí unas alas, por allá un carrete de pesca o una hélice de ventilador o un destapador a la espera de su nuevo uso, parecen una estación del viaje.
Rafael Castaño es el artífice. Sus días, entre mañana y noche, cuando vuelve a la realidad de las horas y los días, aunque debe ser difícil salir de allí, están dedicados a la colección y a las máquinas. “…Toda la vida…”, responde cuando se lo pregunto. Rafael no solo es el creador de la colección de juguetes más grande del país -el más antiguo es un “Tío Sam” en hierro colado que data de 1870-, es también y sobre todo un artista creador de máquinas voladoras, insectos, personajes y objetos ensamblados con material de reciclaje.
Desde muy joven fue cliente asiduo de las quincallas, lugares donde los recicladores venden su mercancía. Pero antes de eso Corina Correa, su tía abuela, secretaria de la Gobernación, quiromántica y coleccionista, lo inició en la filatelia. “…Y me volví checherero. Acumulador de objetos…” De la mezcla entre estampillas y piezas recicladas, nace el coleccionista. Las máquinas fantásticas vendrán después de darse cuenta de que el derecho no es lo suyo. Cursó los años de carrera pero no se graduó, se fue a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena y se hizo artista. Y aunque uno difícilmente se hace artista, Rafael Castaño lo es, su imaginación vuela en cada máquina. Le digo que algunas me recuerdan el barco volador o el globo gigante del Barón de Münchhausen. Sus ojos se iluminan, llegamos a un aspecto fundamental de su trabajo, habla de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la tierra a la luna y mientras habla parece viajar en el tiempo: la historia de la aviación, el interés del hombre por volar, Leonardo y sus máquinas, cómo hubiera sido vivir en el Renacimiento.
Le pregunto por su relación con el arte. Está presente en todas las piezas, parece decir cuando me muestra el trapecista y menciona a Alexander Calder, el creador del “Circo” en alambre. Y hablamos de Picasso y su facilidad para convertir un manubrio de bicicleta en cabeza de toro, y entonces me muestra un ave pequeña, quizá un picaflor, con cuerpo de jeringa. El trabajo de Rafael Castaño se cruza con las máquinas de Jean Tinguely, mezcla de piñones y movimiento, y con el de Marcel Duchamp en su concepción del arte y los objetos manufacturados. Es solo cuestión de contexto.
Pero conversar con Rafael Castaño toma tiempo y el tiempo pasa volando como sus máquinas. Después de recorrer las vitrinas donde conserva juguetes japoneses, alemanes y americanos de todas las épocas, en materiales tan diversos como el hierro, la madera o el plástico, y escuchar su proyecto de crear el Museo del Juguete en Medellín, regresamos a la mesa de trabajo donde descubro, entre papeles, la biografía de Steve Jobs. La pregunta salta a la vista: ¿Y la tecnología? La admiro, dice, tengo contacto con ella pero trabajo como en el Renacimiento. Jobs fue un hombre del Renacimiento que por casualidad vivió en otra época y la transformó. Somos de la misma época. La obra de Rafael Castaño se encuentra en www.c2taller.com
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