Día sin carro y… ¿sin sentido?

  Por: Juan Carlos Franco  
 
Se escribe esta columna recién pasado el 22 de Abril, frescas aún las felicitaciones mutuas entre nuestras autoridades por el buen éxito del Día sin Carro en el que, como se proclamó a los cuatro vientos, le dimos un respiro “al planeta” y a nuestros agobiados pulmones.
Bueno, es que ante la amenaza de ir a tomar un curso y/o pagar una multa sustancial, no quedó más remedio que dejar bien guardado el carro o buscar amigos o familiares para llenar el cupo mínimo. O caminar, trotar o sacar la bicicleta. La idea era que a muchos nos quedara gustando y que en adelante, sin amenazas de por medio, lo siguiéramos haciendo muchos más días.
Pero una cosa es ir o volver del sitio de trabajo en bicicleta cuando no hay tráfico -sólo una vez al año- y muy otra hacerlo los demás 300 días hábiles, con las vías tan estrechas y saturadas que poseemos. Si hubiera mucha más gente montando en bicicleta por estas vías, que se sumarían a las actuales oleadas de motociclistas de difícil control, es evidente que aumentarían los accidentes de tránsito. Y también las enfermedades respiratorias de los nuevos ciclistas de “entre semana”.
A propósito, si yo fuera alcalde, además del famoso chaleco con la identificación, también exigiría a los motociclistas que circulen con máscara antigases. Por protegerlos a ellos y sus familias, por salud pública, porque todos al final terminaremos pagando esos futuros gastos médicos, etc.
Volviendo al curso, es de suponer que allí nos ilustrarían sobre cómo cuidar el planeta de ahora en adelante y tal vez nos demostrarían que por haber usado el carro ese día el calentamiento global se acelerará y agravará. Nos harían sentir muy culpables y solemnemente prometeríamos no volverlo a hacer.
Entretanto, durante las 12 horas en que se adueñaron de las calles de la ciudad incontables buses, busetas, volquetas y camiones (abreviemos llamándolos vehículos BBVC) tuvieron plena libertad (o mejor, exclusividad) para contaminar nuestro encerrado valle. Los agentes de tránsito -otros que deberían usar máscara antigases- sólo tenían ojos para castigar a los automóviles particulares que, uno entiende, son mucho más fáciles de agarrar y someter.
Ni el conductor ni el dueño de los vehículos citados, por más que dejen tras de sí la más tóxica y oscura estela de gases, tienen de qué preocuparse en esta ciudad. Son libres de contaminar a sus anchas. No existen, por ejemplo, el “día sin humo”, ni el “día sin volquetas”, ni mucho menos el “día sin diesel”. Cualquiera de estos eventos sería fácil de implementar, si tan sólo existiera la voluntad política y un poco de liderazgo. Y probablemente tendrían menor impacto económico que el “día sin carro”. Pero sí muchísimo más favorable y perdurable impacto ambiental.
Podríamos empezar, por ejemplo, anunciando que los primeros viernes de cada mes los “azules” de Medellín se concentrarán en detener a todo vehículo BBVC cuya emisión de gases sea evidente. Sería multado y enviado al taller de inmediato. Ah, y por supuesto, ¡conductor y dueño a curso! Ese día, para no distraer a los guardas, no habría pico y placa para particulares.
Después de un año, este control se extendería a todos los viernes. Y un año más tarde, a todos los días, aunque ahí sí de nuevo con nuestro pico y placa.
Sólo con una medida como esa, o cualquier otra equivalente, podrán este Municipio y esta Área Metropolitana ufanarse de ser serios y coherentes en el tema ambiental. Y si no, también todos ellos… ¡a curso!

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