De verde a gris, y sin frenos

El cambio climático es una preocupación mundial, que podemos observar a nivel local: el Valle de Aburrá, tan verde hace un siglo, poco a poco se ha vuelto gris.

A Medellín, así como a tantas otras ciudades y pueblos de Colombia y de todo el mundo, le esperan días muy difíciles. Más difíciles que los actuales, lamentablemente.

La combinación de crecimiento poblacional y cambio climático, inevitablemente, y en menos tiempo de lo que pensamos, se verá reflejada en mayor número de avalanchas, inundaciones, pérdida de vidas y destrucción de infraestructura.

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Hace un siglo, para poner una referencia, se podían ver centenares de quebradas bajando por las montañas del Valle de Aburrá, muchas de ellas con vistosas cascadas y baños naturales. Todas fluyendo por sus cauces naturales, rodeadas de árboles y vegetación nativa en toda su longitud.


Pasaron los años y la población, que antes se concentraba en el costado oriental del río Medellín, cruzó el río y se expandió por el occidente. Al mismo tiempo, comenzó a trepar por las laderas. Se poblaron las lomas de Villa Hermosa, Manrique, Aranjuez y Buenos Aires por el costado oriental. Y por el occidental, Robledo, San Javier y las partes altas de Belén.

Seguidamente, la huella urbana se extendió hacia el norte y el sur, absorbiendo los municipios vecinos, pero sin dejar de subir cada vez más alto por todas las lomas. Hasta llegar a hoy, con cientos de miles de habitantes apiñados, desarrollando su vida en las partes más altas y de mayor inclinación. En ausencia clamorosa de zonas verdes.
Siempre que se desarrolla un barrio se cubren una o varias quebradas, además de áreas enormes de zonas arborizadas. Los desagües naturales se van reemplazando por cunetas y alcantarillado.


Entonces el valle, tan verde hace un siglo, poco a poco se ha vuelto gris. Vegetación natural reemplazada por cemento, concreto o pavimento. El agua, que antes penetraba en el suelo de forma natural, se queda en la superficie y comienza a rodar por las vías hacia el río.

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Además, el cambio climático generará cada vez más lluvias, cada vez más intensas: cada vez más agua, bajando cada vez más rápido, con frecuencia cada vez mayor…
Y como los asentamientos se hacen en zonas cada vez más empinadas e inestables, aumenta exponencialmente el riesgo de trágicos deslizamientos. Tampoco ayudan las tutelas, que con frecuencia obligan a la ciudad a instalarles agua y electricidad.

Esto solo puede empeorar. La probabilidad de tragedias graves solo puede aumentar.
Y no solo por vidas perdidas, también aumenta el riesgo para la infraestructura. La vía Las Palmas, por ejemplo, que en 2007 fue ampliada “a lo barato”: hacia adentro (cortando taludes ya estabilizados), en lugar de hacia afuera (con viaductos).
Uno de esos “ahorros” que tarde o temprano pagaremos con creces, en forma de graves derrumbes.

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