“Come comida. No mucha. Sobre todo plantas”

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Esta es una de las máximas de Michael Pollan, periodista e investigador estadounidense, quien se describe como un “carnívoro reacio”. Me identifico con él.

Sería más sencillo ser vegetariana, no tendría que lidiar con el constante debate interior acerca de si está bien comer carne, o si al fin no tengo la suficiente compasión por los animales como para evitar que sean sacrificados para que terminen después en mi plato.

Sí, sería más fácil, no soy la más carnívora, pero disfruto una hamburguesa, una tocineta crujiente, me gustan los pescados y los mariscos, un trozo de chicharrón o de chorizo.

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Estoy convencida de la necesidad de disminuir el consumo de proteínas animales. Estudiosos han demostrado que es importante tanto en términos de salud como ambientales. Ahora, ¿deberíamos ser todos vegetarianos? No para Michael Pollan, autor de una decena de libros, entre ellos El dilema del omnívoro. Para él “una agricultura verdaderamente sostenible involucra animales para completar el ciclo de nutrientes, y esos animales serán sacrificados y comidos”; pero sí para Peta —People for the Ethical Treatment of Animals—, quienes nos recuerdan que “los animales no son nuestros para experimentar, comer, vestir, usar para el entretenimiento, ni para maltratarlos de ninguna forma”.

Siguiendo con Pollan, también coincido con él en el respeto que les profesa a veganos y vegetarianos, quienes han hecho el trabajo de pensar en las consecuencias de nuestras decisiones de alimentación, algo que la mayoría de nosotros no hacemos. Creo que ese es uno de sus mayores aportes. No me gusta, eso sí, el activismo invasor como el que hubo hace unas semanas en un restaurante de carne en Medellín, al que ingresó un grupo de personas con carteles entonando frases como “no es comida, es violencia”; yo me pregunto hasta dónde no es violencia con el local y con sus clientes —libres de tomar sus decisiones (y responsabilizarse de ellas)—, abordarlos de esta manera.

El asunto es profundo, más leo y más preguntas tengo, pero el mayor reto que nos impone es el de la responsabilidad con las elecciones que hacemos al alimentarnos. Volviendo a Pollan: “Hace unos años mientras escribía El dilema del omnívoro, decidí que, si iba a continuar comiendo carnes rojas, entonces me debía a mí mismo, y a los animales, asumir una mayor responsabilidad por la invisible, pero crucial transacción entre nosotros y los animales que consumimos”.

Reconozco que si para comer algún animal debo sacrificarlo, me vuelvo vegetariana ipso facto; entonces me sigo cuestionando —aprendiendo de aquellos que han dejado la carne— y me comprometo conmigo misma a asumir la responsabilidad de saber qué hay en mi plato, de dónde proviene y qué prácticas hicieron posible que yo lo consuma.

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Por: Claudia Arias

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