Aprender a vivir y segundo desayuno con esquimales…¡ooooops!

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Aprender a vivir y segundo desayuno con esquimales…¡ooooops!
Les da miedo enfrentarse con ellos mismos, descubrir cómo han perdido el tiempo trabajando como bestias para morir iguales como en la ranchera

El mundo aunque a veces es un pañuelo, es diverso y no hay nada que pueda llenar el alma más que viajar así sea a las quebradas de Barbosa; cargar la vida de recuerdos entre la naturaleza es mucho mejor que mil reuniones con el contador a inventar balances. Las personas necesitan con frecuencia esos momentos de intimidad con los ríos y las montañas para poder tomar decisiones importantes en la vida, pero aquí la gente prefiere no abandonar sus inversiones y cuidar la platica para los yernos. El lunes de la semana pasada pude practicar el exquisito arte de la pesca con mosca en el acabadísimo Peñol con mi compañero de columna Álvaro Navarro y como siempre el buen escocés nos puso a reflexionar sobre la vida del empresario paisa. Aquí el que se cree rico se mata trabajando hasta la muerte. La frase de mi papá, “es mejor ser feliz que ser importante”, como que a pocos les va, aunque los hay que sí saben disfrutar la vida y los conozco bien.
Y una vez más, la cosa no es de plata, mi amigo el gran pescador Rodrigo García dueño de una cantina ínfima en Rionegro les podría dar clase de vivir. Pero otros son los ricos más pobres del universo, dedicados a trabajar las 24 horas del día cuando mucho mejor pasa el de mediopelo que gana la quinta parte o menos pero que sabe vivir y se lleva la noviecita a piquiársela a cine al Tesoro mientras el patrón sigue en junta. Ricos pobres que nunca apagan el celular; para ellos sacar un día en semana es impensable, menos un lunes, una semana ni en sueños, de qué sirve trabajar tanto o ser tan poderoso para poder vivir, vivir, vivir tan poquito, porque algunos hasta se tragan el cuento de que se la gozan en la oficina, otra cosa es que no saben vivir, los embelesa el poder y caminan por la rayita de la soberbia, la terrible soledad del patrón, el afán del pico y placa; les falta poco para las citas en la Cardiovascular pero no ceden. No saben lo que es ser dueños de su propia vida ni pueden manejar su tiempo.
Lo dice Navarro: les da miedo enfrentarse con ellos mismos, descubrir cómo han perdido el tiempo trabajando como bestias para morir iguales como en la ranchera y los hijos en la casa esperando para conocer un papá que les da un ratico de consolación los domingos, mientras lee la prensa y habla por celular de trabajo con los amigos que hacen lo mismo y después se pregunta si es que se entera de dónde es qué se metió el peladito con el éxtasis o la hija porqué come y vomita; pero si a duras penas cuando lo ven por la noche está rendido y casi siempre mal genio mientras la mujer se la pasa en el club firmando sauna y comiendo palitos de queso que paga en vaca con otras pobres ricas.
Gracias a Dios son pocos los que son así, pero los hay, y si usted lo es, salga al campo con sus hijos y conózcalos que a lo mejor tienen la terrible herencia suya y aún los puede enderezar. Pero ojo, ir al campo con los hijos no es pasarse en el Internet de la finca, ¿o si?
Una de las cosas que más me gustó de los pueblitos aparentemente infelices del Círculo Polar Ártico es que no hay Internet ni celular y la gente todavía sabe conversar. La mamá yupik sale con sus hijas y nietos a recoger frutos rojos a la tundra, cargadas de vodka, escopetas y pistolas por si el oso, mientras conversan, se ríen, beben y pelean como en reality. Al llegar (la receta que prometí), ponen los frutos en una olla con la misma cantidad de azúcar y vinagre blanco de vino y los cocinan hasta reducir a un caramelo espeso que se usa de mermelada para acompañar los pancakes del desayuno, que van con huevos pericos y tostadas francesas, espantoso sausage de venado muerto, salchichas, hamburguesas, papitas, tocineta como para bestias, whisky o vodka por litros, jugos y café, mermeladas, mantequillas, siropes, miel y todo lo que tenga muchas calorías ya que por el polo norte nunca se sabe qué viene al almuerzo, lo más probable, una salchicha en fogatica a la orilla del río, con auténtico relish ruso, vodka y whisky por litros. Luego a las dos o tres de la mañana y con luz, la comida, todo lo que dejaron del desayuno de toda la semana en una sopa, luego king crab que todavía se movía cuando lo metieron a la olla con vodka y agua hirviendo para consolarlo borracho, salmón chinook, salmón rosado, char, tocineta, sausage, hamburguesa, huevos, papas fritas, pan, mantequilla, etcétera.
Por supuesto ellos son los que más comen y beben ya que uno no está acostumbrado a tanto y por mi lado prefiero quitarme el frío con una chaqueta y no con capas de grasa, muy necesarias, aunque el whisky no me cae tan mal y el ruso es dietético. Allí los niños al nacer parecen los gorditos de un año que arrastran en carritos por los parques de Orlando; las adolescentes son como abuñueladitas simpaticonas y las señoras grandes rebosantes de kilos que beben como camello en oasis. Casi todo es más grande menos cuando usted pesca con el agua a la cintura porque el frío del deshielo atemoriza todo.
Lo que si crece son las historias de pesca sin necesidad de mentiras, el pobre Tiburón Anfitrión no hizo sino repetir todo el paseo “a mí me va a dar algo”, cada vez que veía los salmones terribles que picaban, saltaban y se soltaban (la verdad sea dicha) después de tres horas de pelea… de solo acordarme, a mí me está dando algo otra vez. Con Navarro nos comimos un sancocho de gallina memorable preparado en la marina de el Peñol y desayunamos los mejores chorizos del mundo en el restaurante el pescador de ese pueblo tan feo pero tan bueno.

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