Divisiones, cintas naranjas y plásticos verdes

 
Por: Juan Carlos Franco
Qué bueno va a quedar el remozado José María Córdova. Al fin Medellín contará con una terminal medianamente decente y moderna, corrigiendo muchas de las vergonzosas fallas de diseño de que adolecía desde su inauguración hace un cuarto de siglo.
Pero qué mal la etapa de construcción. Está usted sentado esperando su vuelo en una sala de espera transitoria y al lado suyo circulan, sin la más mínima protección ni separación, trabajadores llevando y trayendo materiales. Hay uno que va empujando un carro repleto de tablones (canes, en el argot constructivo) pidiendo permiso, ¡permiso!, ¡ojo! Y allí va otro con arena y otro con partes del cielo raso…
Y al lado suyo, sin más separación que una lánguida y pisoteada cinta naranja, otros más martillan, sueldan, barren, unen o cortan cables eléctricos… parecen empeñados en demostrarle a pasajeros y funcionarios de aerolíneas que sólo ellos -constructores y contratistas- son los dueños de ese espacio. Y si a alguien le molesta, de malas, ¿es que no ve que estamos remodelando?
Eso de respetar y proteger a los usuarios mientras se ejecutan obras en un edificio público por medio de unas divisiones reales, bien hechas y limpias, parece que es para otros países, no nos tocó en suerte. A pesar de ser tan fácil y de tanto sentido común.
Algo similar ocurre en las vías de Medellín. Poner unas cuantas cintas pareciera autorizar al contratista a hacer lo que le da la gana con su obra. Hacen un hueco o atraviesan unos montones de arena en cualquier parte de la vía, los rodean con la cinta y… ¡voilá! Quedó resuelto. Que nadie reclame si esa noche cae al hueco.
Y claro, en este breve inventario de nuestros métodos criollos de separación y protección de obras, no pueden faltar las omnipresentes cortinas de plástico verde. Realmente, están en todas partes. ¿Cuál es el problema? Sencillamente, que no las instalan bien en la mayoría de casos. O si lo hacen bien el primer día, tras una semana ya están completamente destempladas, sucias y rotas. Y no las botan, las van reciclando y reinstalando cada vez peores. Como ocurrió en el flamante y próximo a abrir Centro Comercial Santa Fe. Durante meses mantuvieron una especie de cerco de plástico verde de frente a Los Balsos y a la Avenida, con todos los pecados mencionados. A nadie pareció importarle: ni a los experimentados contratistas, ni a los dueños, ni mucho menos a las autoridades locales ni municipales. Todos miraron pero nadie vio. El suscrito reclamó por teléfono y por email pero no obtuvo respuesta ni reacción. Afortunadamente, un mes más tarde, alguien recapacitó y ordenó su reemplazo. ¡Enhorabuena!
O como ocurre hoy, y desde hace muchos meses, con ese famoso elefante blanco al frente de Oviedo en proceso de resurrección. ¡Qué vergüenza de “cerramiento”! En plena Milla de Oro, en plena época dizque de mostrar nuestra ciudad tan bonita y tan moderna y lo que tenemos es un macro-tugurio que se volvió parte del paisaje. ¿Es que nadie en esta ciudad tiene el criterio o la autoridad para hacer desmontar ese y otros adefesios?
Y también, rodeando urbanizaciones, guarderías y lotes, se ven cortinas verdes que, lamentable e impunemente, parecieran querer dejar de manera indefinida.
Divisiones, cintas naranjas, plásticos verdes… cosas tan sencillas pero que dicen tanto sobre los que promueven, contratan y ejecutan una obra, así como sobre quién manda (o no manda) en una ciudad…
Fantástico sería poder suspender o cancelar licencias de construcción o remodelación a quienes descuiden la apariencia externa de su obra o no demuestren un mínimo de respeto a los otros habitantes de la ciudad.

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